Y dicen que en España no se lee

Me atrae, en el diario El País, un reportaje o así titulado “Aquí solo faltan los que no se han leído la reforma laboral”. Busco justificación de esa desmesurada suposición en el texto correspondiente, sin hallarla. ¿Cuántos de los presentes allí (en la Puerta del Sol, esto es) se habían leído el peñazo de texto de la reforma, que una sí se lo leyó? Aunque, conste, que se lo puede uno leer y quedarse como estaba; la complejidad de la legislación laboral hace que se requiera de intérpretes.  Aquí creo que remitimos a algunos. Bien. Si los de ayer en Sol se leyeron la reforma, y todos, yo pensaría que aun hay esperanza.  Pero.

Lo cierto es que todavía hay gente, y parte de ella estaba en Sol,  que cree, por ejemplo, que hasta ahora, hasta esta reforma,  no había “despido libre”. Por supuesto que era libre; eso sí,  podía ser más caro o más barato. Y también podía salir absolutamente gratis, como en el despido que ha existido todos estos años sin que la buena gente que fue ayer a Sol se enterara. 

También en ese diario, busco la pieza que ayer llevaba en su edición digital: “No trabajan ni los chinos”. Quizá haya que tener en cuenta que su redacción secundó la huelga en un sesenta y cuatro coma tres por ciento aproximadamente. Pero si alguien encuentra el chistecito a costa de los chinos en la edición de papel, se ruega den noticia.

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Un Camba para cada ocasión

De  “Aventuras de una peseta”, de Julio Camba.

“Internacional” y “Sole mio”

Apenas habíamos atravesado la frontera de Italia, cuando el tren se detuvo. Pasaron cinco minutos, diez, quince…
— ¿Qué ocurre?
Ocurría que los obreros italianos habían acordado hacer una huelga general de dos horas; pero si me preguntan ustedes para qué, no sabré contestarles. Un conductor decía que era para obligar al Gobierno a reconocer la República rusa de los soviets, y un fogonero, con una cara que, más que por los menesteres de su trabajo, parecía tiznada deliberadamente, aseguraba que tenía por objeto protestar contra el terror blanco de las clases directoras.
Y es posible que, en efecto, los obreros hiciesen la huelga con semejantes propósitos; pero, sobre todo, yo creo que la hacían por el gusto de hacerla. Si yo me encontrase de pronto en posesión de una fuerza tal que me permitiese paralizar en un momento dado el tráfico de toda una nación, yo no creo que pudiese resistir ni media hora al deseo imperioso de ensayarla. La ensayaría, a ver lo que pasaba, y cuanto más oyese chillar en los trenes detenidos a las señoras gordas y comodonas, a los comerciantes que no podrían llegar a tiempo a sus sórdidos conciliábulos, y a los turistas de la Agencia Cook, que creen que si Dios ha hecho el mundo, con sus montañas y sus mares y sus ríos y sus bosques, y si el hombre lo ha cubierto de obras de arte, ha sido únicamente para que ellos puedan verlo entero en un viaje circular de dos meses por un puñado de libras esterlinas, tanto más me divertiría para mis adentros.
Afortunadamente, una huelga es una cosa muy trabajosa, y la huelga del 14 de octubre, que fué el día en que yo entré en Italia, no duró más de las dos horas que se habían anunciado. A las dos horas, el tren se puso nuevamente en marcha; pero no haría de esto quince minutos, cuando se paró de nuevo. Ahora se trataba de oír una murga socialista —bombo, clarinete, trombón y platillos— que en un pequeño apeadero tocaba “La Internacional”.
— ¡Viva la huelga! —gritó, al final, el clarinete.
— ¡Viva!
— ¡Vivan los soviets rusos!
— ¡Vivan!
— ¡Abajo el terror blanco!
— ¡Abajo!…
Pero el repertorio socialista es muy limitado, y cuando el tren reanudaba su marcha, los huelguistas, a quienes rodeaba todo el pueblo, comenzaban a tocar el “Sole mio…”
Todavía nos detuvimos seis o siete veces para oír himnos, discursos, vivas y mueras, y por fin llegamos a Milán cansados pero alegres, y más con la impresión de haber entrado en un país en fiesta que en un país en revolución.

Fuente de inspiración: Radikales Libres

Leer libro en google books.

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La inmanencia…

…del sendero.

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El Café Gijón, amenazado

A ver si van a pasar desapercibidas una de las peores noticias sobre nosotros mismos y  una de las peores actuaciones, y mira que las habrá,  del Ayuntamiento de Madrid. El café Gijón puede echar el cierre.  Sí, sí, hombre, aplíquenle el reglamento al pie de la letra, no consideren que se trata de uno de los pocos cafés históricos que quedan en Madrid, apriétenle las tuercas, diantre, y acaben de una vez con una reliquia del pasado inextricablemente unida al arte y la cultura. Y sin sentimentalismos, sin apegos nostálgicos a viejas y  absurdas tradiciones.  Entreguen la terraza al  mejor postor y si eso provoca el cierre del Gijón, que se cierre, qué importa.

Y cómo sorprenderse.  En España a punto estuvo  de hacerse realidad aquella locura de la imaginación de los futuristas italianos: “…nosotros no queremos saber nada del pasado. ¡Nosotros, los jóvenes fuertes y futuristas! ¡Vengan, pues, los alegres incendiarios de dedos carbonizados! ¡Aquí están! ¡Aquí están! ¡Vamos! ¡Prended fuego a los estantes de las bibliotecas! ¡Desviad el curso de los canales para inundar los museos!… ¡Oh, qué alegría ver flotar a la deriva, desgarradas y desteñidas en esas aguas, las viejas telas gloriosas!… ¡Empuñad los picos, las hachas, los martillos, y destruid, destruid sin piedad las ciudades veneradas!”

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Con su propia…

soga.

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