Cuento que no es cuento de Nochebuena

No puedo contar un cuento de Navidad. Pero puedo contaros que la Nochebuena no era como la conocéis ahora. No este raro año 2020, sino años y años atrás. Aunque no voy a empezar la historia tan atrás, sino en los 60. Durante esa década, en la Nochebuena íbamos a cenar a casa de los abuelos, que vivían en una casa situada detrás y encima del negocio familiar, una cafetería en el centro de la ciudad. Ocurría que esa noche se cerraba la cafetería a las diez de la noche, que era algo que no se hacía nunca. Y, entonces, antes de marchar a casa, los camareros  y el resto de personal de turno, uno por uno, se despedían de mi padre y de los otros miembros de la familia que estuvieran por allí, incluso de nosotros, los niños, con una gran solemnidad, casi como si no fuéramos a vernos, como nos íbamos a ver, al día siguiente, en que el negocio volvía a abrir en el horario habitual.

Aquella despedida me llamó siempre mucho la atención. Le daba a aquel cierre temprano  el aura de un acontecimiento excepcional. Y lo era, en realidad, pero no sólo porque nunca se cerrara a esa hora, sino por la ocasión de la Nochebuena. Probablemente ninguno de los que eran adultos entonces había celebrado antes la Nochebuena de aquella manera. Antes, la Nochebuena no tenía el contenido que entonces empezaría a tener. No era el ritual que es hoy. No era ese instante en que cesa prácticamente toda la actividad para que las familias, en su casa, se reúnan a cenar.

Mi padre no recordaba haber celebrado la cena de Nochebuena nunca cuando era niño o joven. Seguramente en esa época, esa noche o parte de ella la pasaba ayudando en lo que entonces era más un café-bar. El negocio estaba abierto en Nochebuena, como en cualquier otra fecha, por festiva y señalada que fuera. Tampoco cerraba los domingos. No cerraba, si a eso vamos,  ningún día del año, y pienso que mi abuelo, que se había iniciado en la hostelería en Buenos Aires, quizá hubiera preferido que el negocio permaneciera abierto las 24 horas, como decían que pasaba en la metrópoli argentina. “Allí hay bares que no tienen puertas porque nunca cierran”, contaba mi padre, que había nacido en Buenos Aires, y había vuelto allí a finales de los años 1940, tras pasar la infancia y la primera juventud en Vigo.

La familia de mi padre, originaria de la provincia de Lugo, no era muy de fiestas, es verdad. Eran gente seria, adusta, en cierto modo, acostumbrada a trabajar duro y poco más.  Pero en la familia de mi madre, que era de otro estilo, la cena de Nochebuena no era muy distinta a la habitual. Uno de los primeros recuerdos de infancia de mi madre era el de llevarle al médico de la familia el pollo que les había regalado Genoveva, señora que vivía en lo que entonces eran las afueras de la ciudad, y a la que daban lavadura para los cerdos -la basura orgánica, diríamos ahora-. El médico los atendía gratis, y a cambio o como detalle, recibía el pollo destinado inicialmente a la familia y quizá, supongo, alguna cosa más, si es que llegaba a haberla.

En los sesenta la escasez había quedado atrás y se iniciaba una nueva y rara prosperidad en España. Una prosperidad desconocida para la mayoría de los que eran adultos en aquel momento. Para ellos, era una novedad que todavía tenía la aureola de las cosas que se estrenan y que se usan con conciencia de usarlas.  La cena de Nochebuena era una de esas novedades. Antes, la celebraban los que podían celebrarla, la gente acomodada, unos pocos. Pero en los sesenta, y tal vez un poco antes, empezó a celebrarla todo el mundo. El mundo se paraba para que las familias se reunieran a cenar y eso era algo tan insólito que merecía la despedida formal y solemne de los camareros antes de marchar a casa.  La cena de Nochebuena, tal como la conocemos hoy, fue en España un producto de aquella inicial prosperidad y de lo que aquella prosperidad empezó a producir: la clase media. La Nochebuena, como tantas otras cosas, fue un invento de la clase media.

La cena de Nochebuena, en nuestra familia, se hacía, estoy segura,  por los niños. También se ponía por ellos, es decir, por nosotros, el árbol de Navidad y el Belén en casa. La clase media también ha inventado la infancia. Pero los niños no íbamos muy convencidos a la cena con nuestros abuelos. Era, de entrada, una cena seria y adusta, como ellos. Si nunca habían sido de fiestas ni divertimentos, menos aún de mayores. Así que asistíamos con pocas ganas a una cena donde, además, el primer plato solían ser camarones, lo que obligaba, en teoría, a pelarlos, pero acabábamos comiendo tal cual estaban. Sólo cuando llegaban los postres – el brazo de gitano que venía de la pastelería Tres Luces, de al lado; los piñones, que mi padre tomaba en cantidades industriales; a veces, una serpiente de turrón-, se caldeaba un poco el ambiente. Los niños empezábamos a reír por cualquier cosa, y con la colaboración de nuestro padre, la cena terminaba saliendo del formato serio para adentrarse en el descontrol. Pero antes de ese momento, y de que se jugara a algún juego simple de cartas, siempre con grandes lamentos de los perdedores, llegaba un episodio embarazoso.

El episodio embarazoso consistía en que llamaban a la puerta y eran, tal como nos temíamos, los vecinos de abajo. Los vecinos de abajo eran Lolita, su marido y sus hijas, y quizá algunos más, porque eran muchos, y todo lo que tenían nuestros abuelos de serios y adustos, lo tenían ellos de jaraneros. De modo que entraban en el comedor, nada menos que cantando villancicos y haciendo sonar panderetas y matasuegras, y se ponían alrededor de la mesa a darnos el concierto. Había que ver las caras de mis abuelos, sobre todo de mi abuela, mientras sucedía el incidente. Casi se podía leer lo que estaba pensando mi abuela de aquella familia tan frívola y ruidosa, tan viva la Virgen, y tan ajena, además, a la impresión que producía, porque no pegaban nada, pero nada, en el ambiente de casa de mis abuelos y, sin embargo, entraban como Pedro por su casa con jaleo de panderetas y cánticos de villancicos populares como si fuera su misión alegrarnos la noche a la fuerza. Por qué insistían año tras año en hacer aquella incursión, es un enigma. Si esperaban que cantásemos con ellos, estaban listos. Mientras duraba, todos sentíamos que estaban fuera de lugar. Sentíamos, en realidad, vergüenza ajena. Y se notaba el alivio cuando se iban y nos dejaban en nuestra Nochebuena más bien malhumorada, y que si se volvía alegre, era con un tipo de alegría distinto al de aquellos vecinos intrusos. Cada familia tiene que celebrar la Nochebuena a su manera.

El gran instante de nuestra Nochebuena era cuando ya finalizada la cena, las cartas, y la incursión de los vecinos, nos escondíamos en la habitación donde se guardaba la colada de la cafetería y se almacenaban trastos, y esperábamos a que nos encontrara el fantasma. El fantasma era mi padre cubierto con una sábana blanca, e iluminado, de algún modo, con una linterna, de tal manera que su aspecto era, para nosotros, verdaderamente fantasmal y terrorífico. Como pequeños salvajes, saltábamos como locos en la oscuridad  por entre toda aquella ropa y aquellos trastos, entre los que había colchones, y gritábamos a tope de pulmón, mientras huíamos para que no nos atrapara el fantasma. Lo pasábamos de maravilla. No queríamos que acabara nunca aquel juego del escondite con un fantasma tan realista.

Nuestra Nochebuena empezaba seria, aburrida y malhumorada, pero acababa desbocada y emocionante. Lo nuestro no eran los villancicos, sino algo más salvaje. Cuando me acordaba de uno de los villancicos de los vecinos, de eso de “la Nochebuena se viene, la Nochebuena se va, pero nosotros nos iremos y no volveremos más”, me entraba una tristeza premonitoria. No volveremos más. Pero es el juego, alegre, vital, incluso salvaje, lo que importa. Luego, poco antes de las doce, mi abuelo salía para ir a la misa del Gallo.

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Uno tras otro. Sobre la epidemia

Sin darse cuenta, uno va escribiendo. Pocas veces, tantos artículos sobre el mismo asunto. He querido ponerlos uno tras otro, a ver. No para releerlos. Me los sé. Sé sobre todo lo poco que sabía -y sin que sirva de disculpa:  lo poco que se sabía-. Esta vez, el oficio consistía en ir escribiendo y aprendiendo.

(Aviso: Los enlaces que aparecen a continuación han dejado de funcionar. Los artículos recogidos se encuentran, en cualquier caso, en Libertad Digital, sección Opinión, Firmas, Cristina Losada, año 2020).

En orden cronológico (inverso):

Rebaño

¿Son más eficaces las dictaduras?

El científico expiatorio

Imaginan todo bajo control

Un tsunami imparable

Virus provincialista

Qué es peor para la economía

Convivir con el virus

Virus centralista

Por un plan de salida ya

Dejad que los niños

Por qué no hay mascarillas

No gobiernan los científicos

Lecciones de la escalada

Error es con erre que erre

El ‘milagro’ griego frente al coronavirus

Contra el confinamiento obligatorio

El Politburó decide cuándo se acaba la epidemia

El cuento del cierre total

¿No estamos solos?

El 8 de marzo súper propagador

¿Tiene que callar la oposición?

Pizzas, sandwiches e izquierda reaccionaria

¡Más rápido!

De la calma a la alarma

Huir de la cuarentena

¿De todas las mujeres?

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Cuando “violación” era un concepto reaccionario

Llevaba un par de días pensando que había que buscar en el Diario de Sesiones del Congreso el debate sobre el Código Penal de 1995. Para saber cómo se justificaron por parte del Gobierno del PSOE, denominaciones y definiciones de delitos como el que hasta entonces se llamó violación.  Todo lo cual ha dado lugar a sentencias contra las que ahora se muestra indignado el PSOE.
Anoche lo busqué. Esto es lo hallado.
Congreso de los Diputados. Sesión plenaria 28 de junio de 1995. Debate de las enmiendas al Título VII  (delitos contra la libertad sexual) del proyecto de Código Penal.
Grupo Popular, Sr. Pillado Montero:
Respecto al Título VII, que trata de los delitos contra la libertad sexual, y a la totalidad de ese Título, mantenemos una enmienda que pretende sustituir todo el texto del proyecto por el del Código Penal vigente en cuanto a los tipos y, naturalmente, «mutatis mutandis», en cuanto a las penas. El título que nos ocupa es uno de los que, en mi opinión, resultan más preocupantes del proyecto que debatimos.
Con esta enmienda única pretendemos seguir la estructura actual de los tipos penales, a saber, las dos figuras fundamentales — delitos de violación o de agresiones violentas, por un lado, y de estupro o abusos con prevalimiento o engaño, de otro–. El proyecto, que plantea un esquema distinto, es objeto de nuestra crítica y enmienda por varios motivos fundamentales que expondré esquemáticamente. Se aparta de la terminología tradicional en nuestro Derecho Penal al dejar de llamar a las cosas por su nombre y así la violación ya no se va a llamar violación ni el estupro, estupro. A partir de ahora la violación se va a llamar algo así como agresión sexual con acceso carnal (…) mientras que el estupro se llamará abuso sexual (…). Estas novedades terminológicas no aportan (…) ninguna mejora en la política penal respecto a delitos tan frecuentes y que tanta alarma y tanta inquietud producen en la ciudadanía, ni contribuyen a otra cosa más que a la confusión. (…)
Pero no es el problema terminológico el más importante, sino las modificaciones de tipos que llevan a una suavización de las penas y a un menor reproche a conductas hasta ahora tenidas por muy graves y que lo siguen siendo. (…) Las circunstancias típicas de la violación han sido uso de fuerza o intimidación, persona privada de sentido o enajenada y persona mejor de doce años. En los tres supuestos la pena, la misma; reclusión menor, de doce años y un día a veinte años. Ahora las conductas que tengan por víctima a una persona privada de sentido o con trastorno mental o menor de doce años pasan a tener un menor reproche penal. Se las empieza llamando simplemente abusos sexuales, mientras que cuando hay violencia o intimidación se las llama agresiones sexuales, con lo cual se considera más indefensa a una persona, por ejemplo, de veinte años que a otra de once años o privada de sentido. (…)
(…) La rebaja de penas de todos los tipos que se consideran en este Título es preocupante, incluso alarmante, teniendo en cuenta precisamente la gran proliferación de los delitos contra la libertad sexual y la gran inquietud que están creando (…)
Grupo de Coalición Canaria, Sr Olarte Cullen:
Nos preocupa especialmente que en algunas ocasiones se prescinda de denominaciones que en la calle tienen un sentido claro, evidente y contundente; que no se hable, por ejemplo, de violación en ningún caso (…)
Grupo Catalán (Convergència i Unió). Sra Alemany:
Frente al hecho de que el proyecto de ley abandona la utilización del término violación incorporando el de agresiones sexuales, nuestro Grupo considera necesario mantener la terminología de delito de violación (…)
Grupo Izquierda Unida-Iniciativa per Catalunya. Sr López Garrido:
Creemos que no es una ventaja, por lo menos a nuestro juicio tiene más inconvenientes que ventajas, que se haga desaparecer esta denominación de violación(…)
Grupo Socialista. Sr Jover Presa:
(…) Pero no se preocupe, señor Pillado, no voy a escurrir el bulto, por supuesto que voy a entrar en el fondo de la cuestión, porque su enmienda lo merece, es una enmienda importante y de contenido y merece que entremos en el fondo de la cuestión, pero repito que es difícilmente entendible en su propia formulación y de muy difícil aplicación.
Lo que al final queda claro en esta enmienda es que ustedes lo que pretenden es volver al texto actualmente vigente, no sé cómo, porque dicen que adaptando la sistemática al actual, en unas cosas sí y en otras no, pero lo que pretenden básicamente, y esto sí que se entiende, es volver al texto actualmente vigente. El señor Pillado, al hacer la defensa de ese texto actualmente vigente, en contra de lo que suele hacer habitualmente, no ha podido evitar un cierto derrapaje demagógico cuando nos ha dicho una cosa que no es cierta, como que con este proyecto los violadores saldrán a la calle mucho antes que con el Código Penal actualmente vigente, que si ya salen pronto –dice usted– con el Código Penal vigente, ahora saldrán mucho antes. Además nos ha dicho que son solamente cuatro años. Vamos a leer el texto con seriedad, señor Pillado, porque usted lo conoce sin duda. Uno a cuatro años es solamente en abusos sexuales que no se hayan producido con ningún tipo de agravante. Esto no es violación.
¿Verdad que usted comprende que esto no es violación? Esos mismos abusos sexuales en los cuales no haya penetración carnal y cuando ya se hacen de acuerdo con algún tipo de agravante ya se van a los diez años de pena máxima. Es más: lo que usted llama violación –que en el Código Penal actual todavía se mantiene como «nomen iuris» y que en el proyecto desaparece–, que es lo que el proyecto califica como agresión sexual con acceso carnal, tiene una pena de hasta doce años; de cuatro, nada. Artículo 174: «Cuando la agresión sexual consista en acceso carnal, introducción de objetos o penetración bucal o anal, la pena será de prisión de seis a doce años». Esto es lo que usted llama violación. Por tanto, de cuatro años, nada. Es más: léase el artículo siguiente. Cuando se dan una serie de causas agravantes que están previstas en el artículo siguiente, 175, tales como que la violencia o intimidación se ejerza de tal manera que revista un carácter particularmente degradante o vejatorio; cuando la víctima fuera una persona especialmente vulnerable por razón de su edad, enfermedad o situación; cuando el autor haga uso de medios especialmente peligrosos… ya nos vamos a quince años.
¿Qué  pretende usted, que castiguemos con más gravedad lo que usted llama violación que el homicidio agravado, el antiguo asesinato?¿Vale más lo que usted llama honestidad que la vida? Yo creo que no. Yo creo que un valor superior al de la vida no lo podemos encontrar en nuestro ordenamiento y, por lo tanto, señor Presidente, creo que esta exigencia no puede ser atendida; mas aún si tenemos en cuenta que en ese tema el proyecto, y el Grupo Socialista que lo defiende, está en un término medio, porque acabamos de escuchar, por ejemplo, al señor don Diego López Garrido que, al contrario de lo que dice usted, considera que las penas son demasiado altas y su enmienda de supresión del artículo 175 propone sencillamente suprimir este exceso –así él lo considera– de penas y bajarlas. Estamos, pues, en un término medio, señor Presidente, y nos parece que, desde este punto de vista, no se puede, en absoluto, avanzar por esta vía.
Señor Presidente, quiero decir algo más al respecto, porque no se trata aquí solamente de un problema de sistemática ni solamente de un problema de agravación de penas. En realidad –y aquí ya se ha dicho por alguno de los señores portavoces que han intervenido con anterioridad–, el proyecto de Código Penal que estamos discutiendo, en este Título VII realiza una opción completamente nueva, que se basa en una concepción que supera la que habíamos tenido hasta este momento en nuestro ordenamiento penal positivo.
Se trata de superar una concepción, que muchos creemos trasnochada, de estos delitos, en la que básicamente el bien jurídico que se protegía era lo que se llamaba la honestidad.  Incluso se hablaba hasta hace 15 años solamente de la honestidad de la mujer honesta y a veces incluso de la doncella; a la otra no había que protegerla. Ya sé que esto se superó hace 15 años, no tantos. Se trata de sustituir esta concepción por otra que lo que busca es proteger un bien jurídico que para nosotros es más importante, señor Presidente, señor Pillado: el bien jurídico de la libertad y concretamente, en este caso, el bien jurídico de la libertad sexual, es decir, del derecho que tiene toda mujer y todo hombre a autodeterminar libremente su conducta sexual y a hacerlo con toda libertad, sin recibir coacciones ni injerencias de ningún otro tipo. (…)
Señor Presidente, por estas mismas razones –y ahora voy a entrar en un tema que no es solamente del Grupo Popular, sino de muchos otros Grupos–, no podemos aceptar, no podemos votar favorablemente las propuestas que hemos escuchado, que pretenden incluir, concretamente en el artículo 174, el «nomen iuris» de la violación, y éste sí que es un tema que no solamente tiene calado material, sino que también es un tema de concepción. (…)
Todos los demás pretenden, todos ustedes pretenden recuperar el «nomen iurus» de violación en el artículo 174. Señor López Garrido, creo que usted lo ha defendido con muy poca coherencia con su posición anterior. Usted ha hablado aquí en más de una ocasión de que el texto en este Título VII responde a una sistemática bien concebida, modernizadora; ha hablado de la necesidad de avanzar en la protección del bien jurídico libertad sexual y, en cambio, cuando usted aquí habla de mantener el «nomen iurus» de la violación me parece que no es coherente, con toda la honestidad, con el discurso que usted está manteniendo.
Ya sabemos perfectamente que cuando aquí se habla en las enmiendas que se han defendido de mantener la expresión «violación» en el artículo 174 solamente se nos está haciendo una propuesta nominalista, esto ya lo sabemos; no se trata de una cuestión de fondo y de contenido. Las enmiendas que aquí se han presentado en absoluto modifican el tipo del artículo 174. Lo único que dicen es que a eso le tenemos que llamar violación; asi queda claro el tema. Lo que dicen es que a eso se le llame violación, pero no cambian la pena. Perdón, sí, la enmienda del Grupo Catalán (Convergència i Unió) sí cambia la pena, la eleva yo creo que hasta límites excesivos, y esa es una de las razones por las cuales votaremos en contra. Pero, aparte de eso, lo que aquí defiende el señor López Garrido es mantener el tipo, mantener la pena, mantenerlo todo; sin embargo, a esto que el proyecto llama agresión sexual con acceso carnal denominarle violación.
Bien. ¿Por qué no vamos a poder aceptar esta enmienda? Señor Presidente, comprendemos que es un problema de nombre, pero también de algo más, porque detrás de éstos hay concepciones que querríamos superar, señor Presidente, no nos engañemos.
El término violación en nuestro Derecho Penal positivo tiene unas connotaciones muy claras y reponde a una concepción de todos conocida. Históricamente, siempre –y hoy todavía podríamos recordar sentencias que así lo hacen–, violación ha sido entendida como penetración vaginal; solamente eso. Eso es lo que desde hace cien años o más en nuestro Derecho Penal positivo ha sido la violación –la penetración vaginal, generalmente con intimidación–, de tal manera que no podía violarse a un varón — estaba claro que no, porque a un varón no se le puede penetrar vaginalmente, porque, por mucho que se quiera, la naturaleza nos lo impide– ni tampoco se llegaba a adoptar como violación determinadas formas de relación sexual que no tenían violencia ni intimidación. ¿Por qué? ¿Por qué se hacía esto? Sencillamente, señor Presidente, porque lo que se pretendía no era proteger la libertad sexual en general, la libertad sexual de todos. Lo que se pretendía era proteger y defender un determinado concepto de la sexualidad conectado con la función reproductora de la mujer.
Así está y así de claro. Y, por lo tanto, esta expresión violación ciertamente nos parece que no se corresponde con el contenido de lo que define el artículo 174.
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Hasta aquí la transcripción del Diario de Sesiones.
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Pero no eran nuestros queridos socialistas los únicos que al escuchar “violación”,  sentían el tufo de la moral tradicional conservadora. El feminismo que produce la Ley contra la Violencia de Género, bajo las alas protectoras del feminista Zapatero, no prestaba ninguna atención a los delitos que antes se llamaban de violación. Aún debían de olerles  a ‘nacionalcatolicismo’.
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Cuando griten, los que gritan, ¡no es abuso, es violación!, diríjanse a la calle Ferraz. Ordenadamente.
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(Las negritas son mías)
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What has Owen Jones to do with Jordi Pujol?

Gente de bien ha traducido al inglés un artículo mío que les parecía interesante difundir en ese idioma. Mi agradecimiento por el interés, y muy especialmente a los traductores.

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What has Owen Jones to do with Jordi Pujol?

By Cristina Losada*

What makes to a left-wing British, supporter of class struggle politics, support the Catalans separatists? What makes an Owen Jones, young star of British activism, scourge of the powerful breed, take sides for those who always ruled in Catalonia and consider themselves as its owners? What takes to a self-appointed working- class defender to put himself on the side of Pujol, Mas and the independentist elites belonging to the wealthy class? This is the long-standing question. The question about what the hell happens within the left-wing that makes so many of them be shoulder by shoulder with Catalan separatism. This confraternity is not surprising anymore among the Spanish’ leftists. But when the international swarm of prestigious and influential “useful fools” shows up, well, let allow ourselves having some minutes of astonishment.

Mr Jones, for example: who as an influencer must be always present at all fronts, spoke out about the court’ decision in the following way:

Whether you support Catalan independence or not is irrelevant. A supposedly democratic European state locking up political dissidents is grotesque – as is the lack of condemnation by other European governments.”

I would not qualify as just grotesque, the fact of jailing political dissidents. This is not the correct term. But yes, it is grotesque, perfectly ridiculous, doubting Spain to be a democratic state and even more to call “political dissidents” the former members of Catalan government condemned by the Supreme Court. These new leftists, these nowadays “Young Red’s Guard”, not only have lost their course, attracted by the nationalist magnetism, they also have no idea about what is a dissident.

If Mr. Jones, or any other one, wants to meet dissidents in Catalonia, he should ask for all those who have opposed to nationalist hegemony and to the separatist project. Ask for all those who have suffered the consequences of their dissidence, or had to hide that. But calling “dissidents” those who occupied, almost with no interruption, the regional political power, and have used it to instill the hate -hate to Spain and the rest of the Spanish people- is more than a mistake: is an insult. In the past, the dissident was against the Power. Under this new definition, is in the Power, and in what way!  And this even ignoring that the alleged dissidents have been characterized by being highly corrupt, starting by the creator of all this, the man who shaped contemporaneous Catalan’s nationalism, that is, Jordi Pujol.

Owen Jones has a book, the one that gave him fame, about the mockery of the working class by the elites and the British media. If he watched TV3 and read independentist’ press, he could write more than one book about how the Catalan nationalism has made Catalans with origins from other parts of Spain the object of derision, jibes and mockery. And it was not just once, not just a bad joke from time to time; is systematic. A derision and systematic snub, always related to their social condition, to the belonging to the working class of all those Catalans that they do not consider as authentic Catalans. If Mr. Jones wants to see classism, and we suppose that he criticizes the one existing in its own country, he has to come and see how his beloved independentist treat the Spanish speaker Catalans, which is also the way they treat the rest of the Spanish people: as inferiors, from an arrogant supremacism.

We have to be astonished, there is no other way, of seeing people who claims for class-oriented and wealth distribution politics, defending the cause of those that, from one of the wealthiest regions in Spain, desire above all, not to contribute. Those who define as a robbery that part of their taxes are invested in other less-favoured regions. The ones who don’t want to pay for people from Extremadura or Andalusia have hospitals, schools and social services. They are the ones who often label their fellow Spanish citizens as lazy and scroungers, living at the expense of their wealth. But no way: it turns out that the Jones’ of the World that fustigate rich people so much, are with the separatism of the rich.

Is it because of all that they ignore about Catalan nationalism? Is it because all of the bold topics with which they seem to replace a real knowledge about Spain? I don’t know. Could it be that in the politically red hearts of these Jones there is, after all, a denser, a more primitive red, a bloody red, that impels them to look at Spain over their shoulders, an inferior country of inferiors. As the Catalan nationalism has done historically. Perhaps this is the dark drive linking people so disparate, in theory, like a British leftist and a Catalan supremacist.

*Translated by Agustín Castro and Elena Díaz Almela.

 

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Cómo tratar con periodistas

El procedimiento clásico para que el periodista fuese más benévolo con un Gobierno o un partido, o cualquiera de sus ramas, era como la vida de antes en España, de antes de la modernización. Es decir, solía haber comida de por medio. En cualquier caso, conversación. Y siempre había algún detalle, una pequeña dosis informativa, una visión breve, fugaz, pero visión, al fin, de lo que pasaba entre bambalinas, que era lo más apreciado por el periodista. Sabía algo más, y sabía algo que otros no sabían.

El procedimiento no era malo. Era el tradicional. Bien ajustado a las necesidades de los dos, el político y el periodista. Nada maravilloso, pero es difícil que pueda haber otro mejor. El periodista no se comprometía a nada, por supuesto. Podía ser más benévolo o no, podía ser menos crítico o no, y podía transmitir el mensaje o no. Aunque esto último ya linda con otro terreno de muy distintas características. Un terreno definido y acotado, frente a la ambigüedad – el ambigú – anterior.  El periodista dejó de ser alguien a quien intentar colocarle esto y lo otro, para ser alguien (más) al que colocar en tal sitio o en otro. Era alguien a quien se le podía dar una tertulia o la dirección de un programa o su  presentación. Esto ya hizo derivar mucho la cosa. En una relación de este tipo, el periodista está comprometido. No hay escapatoria, tiene que cumplir su parte del contrato.

Con la modernización española, se ha abierto paso otro procedimiento. Otro tipo de relación. Ni comida ni conversación ni tertulia ni programa. Ninis. Ahora, los políticos, los partidos, obviamente unos más que otros, ponen en acción a sus piquetes tuiteros para que acosan y hostiguen en las redes al periodista que no sea benévolo con el partido y, en realidad, al que no aplauda lo que haga el partido.

El procedimiento es eficaz. Lo es en grado sumo con periodistas que viven de contentar a su público. O que es lo único que saben hacer. Yo he visto a tertulianos cambiar de una opinión a la contraria porque un seguidor suyo de Twitter les había dado un toque. Sobre la marcha, sin rebozo, donde dijo esto dice lo opuesto porque le ha reñido una seguidora.

El procedimiento del que hablaba  se ha abaratado mucho, aunque las hordas tuiteras de los partidos tendrán que recibir algo de vez en cuando. ¿Una merienda? Pero al periodista ya no hay que darle nada, ni siquiera conversación. Sólo hay que insultarle gravemente o decir “me ha decepcionado usted, creía que era una periodista honrada, pero…”. Es divertido, porque antes (y ahora) le pasaban el argumentario al periodista colocado o de cuota y ahora se lo pasan a los linchadores tuiteros. Son argumentarios básicos y breves. Reconocibles. Lo más bonito es que gentes completamente entregadas a la ortodoxia, sin asomo de capacidad crítica-para qué- testimonien su obedeciendo partidaria llamando   ”lameculos” a los periodistas que no besan el culo de su partido.

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