El procedimiento clásico para que el periodista fuese más benévolo con un Gobierno o un partido, o cualquiera de sus ramas, era como la vida de antes en España, de antes de la modernización. Es decir, solía haber comida de por medio. En cualquier caso, conversación. Y siempre había algún detalle, una pequeña dosis informativa, una visión breve, fugaz, pero visión, al fin, de lo que pasaba entre bambalinas, que era lo más apreciado por el periodista. Sabía algo más, y sabía algo que otros no sabían.
El procedimiento no era malo. Era el tradicional. Bien ajustado a las necesidades de los dos, el político y el periodista. Nada maravilloso, pero es difícil que pueda haber otro mejor. El periodista no se comprometía a nada, por supuesto. Podía ser más benévolo o no, podía ser menos crítico o no, y podía transmitir el mensaje o no. Aunque esto último ya linda con otro terreno de muy distintas características. Un terreno definido y acotado, frente a la ambigüedad – el ambigú – anterior. El periodista dejó de ser alguien a quien intentar colocarle esto y lo otro, para ser alguien (más) al que colocar en tal sitio o en otro. Era alguien a quien se le podía dar una tertulia o la dirección de un programa o su presentación. Esto ya hizo derivar mucho la cosa. En una relación de este tipo, el periodista está comprometido. No hay escapatoria, tiene que cumplir su parte del contrato.
Con la modernización española, se ha abierto paso otro procedimiento. Otro tipo de relación. Ni comida ni conversación ni tertulia ni programa. Ninis. Ahora, los políticos, los partidos, obviamente unos más que otros, ponen en acción a sus piquetes tuiteros para que acosan y hostiguen en las redes al periodista que no sea benévolo con el partido y, en realidad, al que no aplauda lo que haga el partido.
El procedimiento es eficaz. Lo es en grado sumo con periodistas que viven de contentar a su público. O que es lo único que saben hacer. Yo he visto a tertulianos cambiar de una opinión a la contraria porque un seguidor suyo de Twitter les había dado un toque. Sobre la marcha, sin rebozo, donde dijo esto dice lo opuesto porque le ha reñido una seguidora.
El procedimiento del que hablaba se ha abaratado mucho, aunque las hordas tuiteras de los partidos tendrán que recibir algo de vez en cuando. ¿Una merienda? Pero al periodista ya no hay que darle nada, ni siquiera conversación. Sólo hay que insultarle gravemente o decir “me ha decepcionado usted, creía que era una periodista honrada, pero…”. Es divertido, porque antes (y ahora) le pasaban el argumentario al periodista colocado o de cuota y ahora se lo pasan a los linchadores tuiteros. Son argumentarios básicos y breves. Reconocibles. Lo más bonito es que gentes completamente entregadas a la ortodoxia, sin asomo de capacidad crítica-para qué- testimonien su obedeciendo partidaria llamando ”lameculos” a los periodistas que no besan el culo de su partido.
Según se va polarizando la sociedad los sopapos se atizan en todas las direcciones y sentidos. Y los periodistas, especialmente en medios audiovisuales y radiofónicos, han desertado del análisis y ejercen de hooligans de su facción política, y con notable fiereza.
Al final parece que el multipartidismo que en teoría debería haber tranquilizado el cabreo transversal al ofrecer una representación más amplia, acogiendo casi todas las tendencias, lo que está haciendo es excitar un cabreo cósmico multidireccional. Y de nuevo, los primeros que están echando gasolina, sin ninguna inocencia, son los medios…
Por lo demás no creo en los piquetes tuiteros al servicio de. El cabreo es espontáneo aunque guste ver conspiraciones. Algunos soportan mal que sus otrora entregadas audiencias que tantos egos han inflado hasta lo insano, los estén mandando al carajo. Y no lo digieren, viendo la mano de Münzenberg donde solo hay sentido crítico y hastío de tanta parcialidad y difamación.
Por cierto QC, he visto que se ha reincorporado a las tertulias de EsRadio. Estupendo. Lo celebro.
¡Gracias, QF!