No vaya a ser que les llamen fachas

Es muy loable que el Partido Socialista, y tanto el PSOE como el PSC, propugnen -eso parece- un modelo federal para España. El pequeño y malvado detalle es que ya tenemos un modelo federal de facto. Con sus excepcionalidades,  como el “cupo vasco”, pero en conjunto similar al de cualquier estado federal normal y corriente. (Y la gran mayoría de los países que han elegido la estructura federal no surgieron de un acuerdo entre estaditos que andaban a su bola).

No pienso que los socialistas crean ni por un instante que un modelo federal, reconocido como tal en la Constitución, fuera a contentar al nacionalismo. Al nacionalismo eso no le interesa lo más mínimo. Al contrario. El modelo federal sepulta la diferencia. Nunca les gustó  el “café para todos”. Y no tienen empacho en aprovechar la crisis para decir que sí, que hay que reducir drásticamente el Estado autonómico. ¿Cómo? Quitándoles la autonomía a  Castilla, Murcia, Cantabria, Andalucía, La Rioja, Canarias, Baleares, Extremadura, etc.

Tengo la impresión de que los socialistas agitan la bandera federal para su propia tropa. No vaya a ser que les llamen fachas por oponerse a la ruptura de España.

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Decíamos ayer

Santiago Carrillo

Un muy sincero catalanista, Santiago Carrillo Solares, ferviente entusiasta por lo demás del derecho pedáneo a la autodeterminación, ha venido a Barcelona para reconfortarnos con su auxilio espiritual en estos momentos de honda zozobra identitaria. “No estáis solos”, anunció, ecuménico, a los nacionalistas de todos los partidos nada más iniciar su discurso en el Ateneo. Una observación que, viniendo de donde venía, nunca se sabrá si constituyó afable saludo o velada amenaza. Sea como fuere, acto seguido abundó en los preceptivos lugares comunes sobre la España plural, el manido catón de la progresía bienpensante a cuenta de las muchas, innúmeras bondades de deconstruir la Península de arriba abajo. Otra ración, en fin, de la sopa boba centrífuga al uso.

Así, don Santiago garantizó a la concurrencia que si “una mayoría significativa” del paisanaje estuviese por la labor de crear otro estadito, “muchos españoles, más allá del Ebro, se negarían en redondo a incurrir en un proceso de represión contra Cataluña”. Lástima, sin embargo, que no se incluyera a sí mismo en tan beatífica declaración de intenciones. Y es que una de las grandes especialidades históricas de la casa ha sido enviar a criar malvas a los nacionalistas catalanes. Nacionalistas catalanes como Joan Comorera, en su día secretario general del PSUC, que fue entregado por Carrillo a los servicios de información de Franco, usando para ello hasta los micrófonos de la Pirenaica. Aunque don Santiago, que tiene por norma confundir la amnistía con la amnesia y el perdón con el olvido, ahora no se acuerde. La memoria, ya se sabe, es un gran cementerio.

Tal que así alertaba Radio España Independiente de su presencia en Cataluña durante el frío invierno de 1953: “El PSUC ha sido depurado de los elementos corrompidos y traidores que se habían infiltrado en nuestras filas como agentes de la burguesía. Comorera, que hoy está abiertamente al servicio de la policía franquista cumpliendo el repugnante papel de delator de los militantes comunistas del interior del país”. Tras aquella puñalada, la caída del disidente ya sólo sería cuestión de tiempo. Comorera murió en el penal de Burgos en 1958. Pero su sentencia inapelable la había firmado Carrillo un lustro antes. Y pensar que aún le ríen las gracias en Barcelona.

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España contra España

Contra lo que sentenció el viejo Marx, no es cierto que la Historia solo se repita bajo el manto grotesco de la farsa. A veces, simplemente, se repite. Aquí y ahora, sin ir más lejos. A fin de cuentas, ¿qué otra cosa más que un revival del noventa y ocho es lo que, siglo y pico después, preside el acontecer del país? Como entonces, los catalanistas, siempre tan leales, aprovechando la gravedad de una crisis nacional extrema para anunciar que abandonan el barco por la escotilla. No fuera a ser que los roedores se sintieran solos en la huida. En cuanto a los que se dicen españoles y españolistas, persisten en cultivar aquel estéril autodesprecio tan castizo de los Unamuno, los Ortega, los Baroja y compañía, que tanto daño hizo y sigue haciendo. Exactamente igual que tras el Desastre. Acaso con la única diferencia de que el muy español repudio de España no emana hoy de los intelectuales, grandes o pequeños, sino de esa legión de tertulianos y arbitristas mediáticos que ha venido a desposeerlos de su función civil.

Así, aunque más toscos en forma y fondo, resuenan de nuevo los ecos de aquella “España, sociedad de botarates y mequetrefes”, que voceaba Baroja; la del “Parlamento atiborrado de vividores”, según Azorín; “nación absurda y metafísicamente imposible”, a decir de Ganivet; un “pantano de agua estancada”, para Unamuno. Nihilismo vacuo, tremendismo falaz, fatalismo irresponsable. La crítica negativa del noventa y ocho, en el fondo interiorización de la Leyenda Negra, sirvió los argumentos al separatismo. Siempre idéntica a sí misma esa legendaria cortedad de miras. Como en este instante. Como el recurrente suplir, ora con charlatanería patriotera, ora con diatribas masoquistas, la responsabilidad mayor del Estado. Esto es, vertebrar la nación a través de su presencia cotidiana en el territorio. Al fin lo sabemos con certeza, sin margen ninguno para la duda: objetivo expreso del president Mas, el motor de sus afanes todos, es destruir España. No le ayudemos.

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Aviso (literario) a naveganes

Artur Mas no debe de ser hombre muy leído. En caso contrario, sabría que no hubo supervivientes en el viaje a Ítaca. Odiseo llegó solo, todos cuantos le siguieron quedaron en camino.

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Numeritos

Hasta cierto punto importa poco cuánta gente hubiera en la manifestación en Barcelona a favor de la separación de Cataluña de España. Una manifestación adquiere una dimensión cualitativa,   superior en relevancia a la cuantitativa,  cuando la convoca de facto un gobierno,  la autoridad, quien manda. Es un instrumento en manos del poder. Y el poder puede. Por eso, quizá sólo por eso, la manifestación de Barcelona es  diferente de una a la que fueran  sesenta mil agricultores indignados por la retirada de la subvención al aceite.

Pero hasta cierto punto. Llama la atención que no se atrevieran a superar el listón del millón y medio alcanzado  por la manifestación contra la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto en julio de 2010. Al respecto, la empresa Lynce, especializada en el conteo de aglomeraciones, realizó un trabajo con el siguiente resultado: 62.000 personas, máximo 74.400. Si no recuerdo mal, la primera vez que se hizo un análisis de ese tipo  con una manifestación en España fue para demostrar que en la plaza de Oriente no cabía el millón  de forofos de Franco.  Me temo que esos ejercicios de realismo gustan ahora tan poco como entonces.

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