Mientras hablamos de la mamandurria

Hay un gran acuerdo nacional espontáneo en la necesidad de adelgazar el Estado. Pero tiene un defecto: se funda en la creeencia de que el Estado es el que paga al del cafelito. Y, vale,  al enchufao,  al colocao, al cuñao y, huelga decir, al deplorable y despilfarrador político.  Bien. Aunque se hicieran el “harakiri inmediato” todos los políticos,  tal y  como, en palabras de Santiago Abascal,  propone el proyecto Reconversión, habría unos cuantos gastos  a los que hacer frente. Porque el Estado no se reduce a los políticos y a las mamandurrias.  De tal manera es así que aprox.  el 70 por ciento del presupuesto (del gasto público) se dedica  a pensiones, seguros de desempleo, sanidad y enseñanza. Todo ello representaba  el 67 por ciento  en 2007, que no teníamos los parados de ahora. Y súmense luego intereses de la deuda, policía, ejército  y justicia.

En relación a la enseñanza, hay una parte del  gasto público que igual merece examen y discusión. El INE ha difundido hoy su encuesta (quiquenal) sobre Financiación y Gastos de la Enseñanza Privada correspondiente al curso 2009-2010.  La Administración Pública aporta el 58,8 por ciento de los ingresos corrientes de los centros educativos no universitarios.  Why?

 

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Aviso a navegantes

 

“Empiezan a abundar desde una sedicente “portavocía” de la sociedad

civil las proposiciones arbitristas que pretenden hacer pasar por proyectos

de reformas meditados lo que no dejan de ser ejercicios más o menos bien

intencionados de retórica política, y menudean las recomendaciones pú-

blicas al Gobierno, parciales y frecuentemente airadas, que carecen de la

solvencia exigible a quienes pretenden erigirse en guías improvisados de

una gran nación que tiene que encarar grandes problemas y que, además,

acaba de elegir Parlamento y Gobierno.

Frente a todo ello, la ruta más segura se encuentra donde siempre: en

el compromiso con el programa de reformas que ha sido propuesto a la so-

ciedad española, que esta ha aprobado en las urnas y que da continuidad

a los grandes procesos reformistas de nuestra historia reciente; en el respeto

a las instituciones y a los procedimientos; en la prudencia y en el trabajo

serio, y no en la improvisación; y en la confianza en las inmensas capaci-

dades de España para hacerse cargo de su circunstancia histórica y para,

desde ella y con el liderazgo del Partido Popular, encontrar nuevamente su

camino hacia la recuperación económica y política.

No perder las referencias seguras y seguir adelante con determinación

es lo que nos va a ayudar a cambiar las cosas. No nos servirá la fragmen-

tación electoral, ni las propuestas radicales, ni las hojas de firmas, que

aguantan mal la comparación con el censo electoral, que ha avalado ma-

yoritariamente y hace bien poco el programa popular.”

Cuadernos FAES, editorial

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Uno que liberó al pueblo de los profesionales de la política

Ayer se vieron en las calles, según parece, no pocos carteles contra los políticos. Ah, los políticos, si se los echara, deben de creer los del cartel,   esto se arreglaba en menos de lo que canta un gallo. Ese sentimiento, pues me temo que  no llega a pensamiento, se expresaba de esta manera en España hace  ochenta y nueve años:

Españoles: Ha llegado para nosotros el momento más temido que esperado (porque hubiéramos querido vivir siempre en la legalidad y que ella rigiera sin interrupción la vida española) de recoger las ansias, de atender el clamoroso requerimiento de cuantos amando la patria no ven para ella otra salvación que liberarla de los profesionales de la política, de los que por una u otra razón nos ofrecen el cuadro de desdichas e inmoralidades que empezaron el año 98 y amenazan a España con un próximo fin tráfico y deshonroso.

La tupida red de la política de concupiscencia ha cogido en sus mallas, secuestrándola, hasta la voluntad real. Con frecuencia parecen pedir que gobiernen los que ellos dicen no dejan gobernar, aludiendo a los que han sido su único –aunque débil- freno, y llevaron a las leyes y costumbres la poca ética sana, el tenue tinte de moral y equidad que aún tienen; pero en la realidad se avienen fáciles y contentos al turno al reparto, y entre ellos mismos designan la sucesión.

Pues bien, ahora vamos a recabar todas las responsabilidades y a gobernar nosotros u hombres civiles que representen nuestra moral y doctrina. Basta ya de rebeldías mansas, que sin poner remedio a nada, dañan tanto y más a la disciplina que esta recia y viril a que nos lanzamos por España y por el rey.

Este movimiento es de hombres: el que no sienta la masculinidad completamente caracterizada, que espere en un rincón, sin perturbar los días buenos que para la patria esperamos. ¡Españoles!: ¡Viva España y viva el Rey!

No tenemos que justificar nosotros nuestro acto, que el pueblo sano demanda e impone. Asesinatos de prelados, ex gobernadores, agentes de la autoridad, patronos, capataces y obreros; audaces e impunes atracos; depreciación de la moneda; francachela de millones de gastos reservados; sospechosa política arancelaria (…) porque quien la maneja hace alarde de descocada inmoralidad; rastreras intrigas políticas tomando por pretexto la tragedia de Marruecos: incertidumbre ante este gravísimo problema nacional; indisciplina social, que hace al trabajo ineficaz y nulo, precaria y ruinosa la producción agraria e industrial; impune propaganda comunista; impiedad e incultura; justicia influida por la política; descarada propaganda separatista, pasiones tendenciosas alrededor del problema de las responsabilidades y…, por último, seamos justos, un solo tanto a favor del Gobierno, de cuya savia vive hace meses, merced a la inagotable bondad del pueblo español, una débil e incompleta persecución al vicio del juego.

(…) El país no quiere oír hablar más de responsabilidades, sino saberlas, exigirlas, pronta y justamente, y esto lo encargaremos con limitación de plazo a Tribunales de autoridad moral y desapasionados de cuanto ha envenenado hasta ahora la política o la ambición. La responsabilidad colectiva de los partidos políticos la sancionamos con este apartamiento total a que los condenamos, aún reconociendo en justicia que algunos de sus hombres dedicaron al noble afán de gobernar sus talentos y sus actividades, pero no supieron o no quisieron nunca purificar y dar dignidad al medio en que han vivido. Nosotros sí queremos, porque creemos que es nuestro deber, y ante toda denuncia de prevaricación, cohecho o inmoralidad debidamente fundamentada, abriremos proceso que castigue implacablemente a los que delinquieron contra la Patria, corrompiéndola y deshonrándola. Garantizamos la más absoluta reserva para los denunciantes, aunque sea contra los de nuestra profesión y casta, aunque sea contra nosotros mismos, que hay acusaciones que honran. El proceso contra don Santiago Alba queda, desde luego, abierto, que a éste lo denuncia la unánime voz del país, y queda también procesado el que siendo jefe del Gobierno y habiendo oído de personas solventes e investidas de autoridad, las más duras acusaciones contra su depravado y cínico ministro, y aun asintiendo a ellas ha sucumbido a su influencia y habilidad política sin carácter ni virtud para perseguirlo, ni siquiera para apartarlo del Gobierno.

Más detalles no los admite un manifiesto. Nuestra labor será bien pronto conocida y el país y la historia la juzgarán, que nuestra conciencia está bien tranquila de la intención y del propósito.

Manifiesto del general  Primo de Rivera al dar un golpe de Estado,  13 de septiembre de 1923

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¿Tenemos 445.000 políticos?

Es la trola de moda. Al punto de que no hay charlatán de barra de bar, tertuliano indocumentado o analista de medio pelo que se prive de recitarla al menos una vez al día. Ya lo sentenciara cuando entonces el doctor Goebbels, maestro y decano del oficio con permiso del gran Willi Munzenberg, las mentiras, cuanto más absurdas y descabelladas se antojen, tantas más probabilidades tendrán de ser creídas por el vulgo. Como esa especie, la que hoy hace furor en la carrera por cortejar a los segmentos más acéfalos de la opinión pública que se ha desatado en la prensa española. Me refiero, quizá el lector lo haya adivinado, al extendido bulo según el cual nuestro país contaría con el record mundial de políticos profesionales. La muy inverosímil majadería de que 445.000 miembros de los partidos parasitan el Erario usufructuando chollos directivos de libre designación.

Embuste, otro más, acuñado en la factoría de la desinformación que responde por internet. Origen último, el del cuento de marras, no menos grotesco que su propio contenido. Y es que el inventor del disparate, cierto Javier Fonseca que redacta una gacetilla en su casa, asegura haber recibido la “confidencia en exclusiva” desde la Presidencia del Gobierno. Quede claro, pues, que no han sido la CIA, el KGB, el Club Bilderberg o los marcianos quienes han filtrado el gran secreto al tal Fonseca, sino el propio Mariano Rajoy. En concreto, “tres asesores” de La Moncloa, Fonseca dixit, descartaron publicar el “estudio interno” en ABC, El País o El Mundo, decantándose en cambio por una prestigiosísima página web que se hace llamar El Aguijón.

Una sensacional revelación de cuyo rigor informa la primera cifra que ventila. Porque, según tal vademécum, mantenemos a 660 diputados y senadores. O sea, a 34 más de los que se sientan en las Cortes. Los tres “asesores”, ¡ay!, resultaron ser víctimas de la Logse. En cuanto al método, el “estudio” se apoya en el principio epistemológico de admitir pulpo como animal de compañía. Así, se les dice “políticos” a los gestores del catastro, directores de institutos astrofísicos, responsables de agencias meteorológicas, vocales de cámaras de comercio, alcaldes pedáneos… Hasta redondear los 445.000. Cuánto urge, ese sí, un censo exhaustivo de los fuleros patrios.

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De genios, gurús y charlatanes

 

Crisis (2): 1929

Por Xavier Sala i Martín  La Vanguardia, 17 de octubre de 2008

La crisis financiera global ha sembrado el pánico sobre el estado de la economía global. Muchos analistas comparan la situación con la gran depresión de 1929. Se nos recuerdan episodios de inversores lanzándose por las ventanas en Wall Street y colas de norteamericanos hambrientos mendigando por las calles de Nueva York. Incluso mi colega de Columbia, Joe Stiglitz, ha dicho que la caída de Wall Street es al capitalismo lo que la caída del muro de Berlín fue al comunismo. Las palabras de Stiglitz son una gran contribución intelectual al debate, porque demuestran de una vez por todas que la obtención del premio Nobel no vacuna al galardonado contra la capacidad de decir tonterías.

A ver, seamos serios: ni esta crisis financiera representa el final del capitalismo ni estamos ante una nueva gran depresión. La situación actual se parece a la del 29 en dos aspectos esenciales. El primero es que las bolsas han caído. Sí. ¿Y qué? Mucha gente ha perdido dinero y eso es triste. Pero de ahí a que se avecine una gran depresión media un abismo. Estadísticamente, los movimientos a corto plazo de las bolsas no reflejan el estado real de la economía, especialmente durante episodios como los actuales, en que los inversores de bolsa han entrado en un estado de histeria que les impide ver las cosas con claridad.

Dicho esto, existen seis grandes diferencias entre la crisis de 1929 y la actual. Primera: en 1929 los depósitos bancarios no estaban asegurados.

Cuando empezó la crisis, todas las familias corrieron a buscar sus ahorros a sus bancos. Estos, lógicamente, no tenían el dinero porque lo habían prestado (ese es, precisamente, su negocio), por lo que devolvieron lo que pudieron y cuando se quedaron sin recursos cerraron las puertas. Millones de americanos perdieron sus ahorros. Nada de eso va a ocurrir en el 2008 porque los depósitos están asegurados, precisamente, gracias a la lección de 1929.

Segunda: en 1929 el sistema monetario se basaba en el patrón oro, que impedía que la Reserva Federal (FED) aumentara la liquidez del sistema si no aumentaban previamente sus reservas de ese metal. Como el oro en manos de la Fed no aumentó, esta no pudo imprimir el dinero que desaparecía por culpa de las quiebras bancarias. En el 2008, los bancos centrales de todo el mundo están imprimiendo dinero para dotar al sistema financiero de liquidez.

Tercera: en 1929 había deflación y los precios y salarios bajaban continuamente. Eso hizo que las deudas familiares fueran inasumibles: si uno tiene una deuda de 100 y un salario de 300, uno puede pagar.

Pero si el salario baja a 100 y la deuda sigue siendo la misma, uno acaba por no poder pagar. Eso agravó los problemas financieros de los bancos. En el 2008 no sólo no hay deflación sino que hay inflación.

Cuarta: la renta per cápita de EE.UU. en 1929 era de unos 6.000 dólares (en precios actuales). Hoy supera los 36.000 dólares. Una caída de la renta de un 25% cuando ganas 6.000 plantea problemas serios de hambrunas. La misma caída cuando ganas 36.000 es un problema, pero no genera desastres humanitarios.

Quinta: la reacción de Estados Unidos ante la crisis del 1929 fue la de culpar a los extranjeros y promover las compras de productos americanos poniendo aranceles a las importaciones (la tristemente célebre Smooth-Hawley tariff). Naturalmente, la reacción de los extranjeros fue poner aranceles a los productos americanos, lo que desencadenó una guerra comercial que perjudicó a todos. En la actualidad, a pesar de que queda algún globófobo trasnochado (y peludo), no existen economistas documentados que propongan el proteccionismo como la salida a la crisis.

Y sexta, y más importante: existe un dato en el que casi nadie se fija pero que es clave: la tasa de retorno de las inversiones del sector no financiero. En el año 1929, esa tasa era de 0,5%. Es decir, en 1929, si uno invertía un dólar fuera del sector bancario, uno obtenía un retorno casi nulo. En el 2008, el retorno de la inversión en sectores no financieros es del… ¡10%! Para que se hagan una idea, la tasa de retorno media de los últimos 50 años ha sido del 7%. Este dato es muy, pero que muy importante, porque si bien el crecimiento económico de un país no viene precedido de aumentos de la bolsa, sí viene precedido de… ¡elevadas tasas de retorno en el sector no financiero! Para entendernos: mientras Wall Street ha hecho sus locuras financieras, Silicon Valley ha seguido innovando y eso, a la larga, es lo que determina el crecimiento de la economía. Eso quiere decir que, cuando los financieros recuperen la cordura, el capitalismo no sólo no desaparecerá sino que la economía americana saldrá disparada hacia una nueva senda de crecimiento.

¡Ah! Casi me olvidaba. Les decía que había dos factores que hacían que la crisis del 1929 y la actual fueran parecidas. Una ya se la he comentado: las bolsas se desplomaron. La segunda: los gobiernos no se enteran de nada. Uno se queda atónito cuando el Gobierno aprueba un plan de 700.000 millones para comprar los activos tóxicos de los bancos y una semana después decide que el dinero se utilizará para comprar acciones. Y uno se queda todavía más petrificado cuando ve que la explicación que dan de este cambio es que… ¡la bolsa ha reaccionado negativamente! Que los periodistas confundan la bolsa con la economía tiene un pase. Pero que el Gobierno utilice la bolsa para decidir su política económica es una locura que demuestra que anda totalmente perdido. Tan perdido como el de 1929.

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