Dieron el lunes una miniserie sobre el asesinato de Carrero Blanco, que fue un día como hoy hace ya, hmm, 39 años. No la pude ver, porque decidí pasar la noche en un tren y los trenes normalitos no llevan tele. Coincidencia: aquel 20 de diciembre también viajé en tren, en el Expreso Madrid-Vigo. Quería salir de Madrid cuanto antes.
Sé que hubo gente que celebró el atentado, aunque de eso me enteraría después. Entre los militantes en la clandestinidad que vi aquel día, el sentimiento dominante era el temor. Se esperaba una intensificación de las operaciones policiales, que se lanzaran contra todo grupúsculo viviente. Se daba por seguro que habría redadas y se tomaron las máximas medidas de seguridad.
Recuerdo esto porque guarda cierta relación con la pregunta que suele hacerse sobre los efectos del atentado en el curso posterior de los acontecimientos. Se parte de que si Carrero hubiera seguido con vida, habría sucedido a Franco a su muerte y habría hecho lo posible por mantener la dictadura, rechazando cualquier apertura y cualquier cambio. Entonces, ¿propició aquel asesinato el fin del régimen?
Todo eso es mucho suponer y yo no lo supongo. Al tiempo, me sorprende qué poco se reflexiona sobre la posibilidad que apuntaba con mi recuerdo: que el atentado provocara un recrudecimiento de la represión y una involución. Ni siquiera se declaró el estado de excepción. Pero el riesgo de endurecimiento era muy alto, como lo es en cualquier dictadura tras un golpe de esa clase.
Una de las ideas Disney que circulan sobre el terrorismo es la de su carácter justiciero. Matan, y eso está mal, pero matan a los “más malos”. Pues no, señor. El terrorista revolucionario, y el revolucionario a secas, no se proponen “librar al pueblo de sus opresores” de esa expeditiva manera suya. Se proponen crear las condiciones para la revolución. Y piensan que cuanto más sufra el pueblo, más disposición tendrá a rebelarse. Su lema es ”cuanto peor, mejor”.
El nihilista ruso Netchaiev, que influiría en Lenin, sostenía que había que impulsar a los gobiernos a tomar medidas represivas, y que no había que atacar a las autoridades más odiadas, sino a aquellas que trataban de aliviar los padecimientos de la gente. Las que hacían más llevadera su vida, ésas eran las peligrosas.
La misma noción subyace a la estrategia de acción-reacción-acción, que siguió ETA bajo la dictadura. La banda comete atentados, esperando que el régimen reaccione brutalmente y reprima indiscriminadamente a los vascos, y que éstos, así, se pongan del lado de ETA (y, en el mejor de los casos, se alcen en una guerra de liberación).
Es decir: ¿Fue ETA consciente del riesgo de que su atentado endureciera más la dictadura? Y, por supuesto: ¿Era éso lo que quería provocar? Yo no lo descarto. Lo que sí descarto es que el terrorismo propicie algo positivo: ni por casualidad.

