El precio de la demagogia

Aunque acaso algo tarde, al fin ha llegado el momento procesal en que resulta ineludible aplicar la cirugía presupuestaria al núcleo duro del Estado del bienestar (Seguir leyendo)

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La farsa

Sitúense. Comisión de Cooperación del Parlamento catalán. Representantes de los distintos grupos se dirigen, por turno, a un miembro de la Alianza por la Libertad en Venezuela. (+)

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Del ‘por qué no te callas’ al ‘déjame hablar un momento’

La Monarquía es -y debe ser- algo así como un gran silencio. Pero la gente, es un decir, quiere que hable. Y el Rey, para qué nos vamos a engañar,  tiene un punto parlanchín. El caso es que ya tenemos su nuevo hit: el “déjame hablar un momento“. Y, sí,  va por los mismos derroteros que su primer gran éxito de este tipo: el “por qué no te callas“. No me digan que la sutil relación entre los dos temas no es realmente bonita.

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Estrangulamientos y demás

Luego lo comentaré en la columna, pero la imagen de la España estrangulada por Bruselas, y tan contenta (o sea, consintiendo), que difundía ayer el socialismo, como inspirado por el saludo de Juncker a De Guindos echándole las manos al cuello, tiene su correlato y su precedente en el Partido Popular. El de la oposición. Cuando clamaba que España estaba intervenida, y que le imponían  la política económica desde fuera.  Imagino que ahora lamentarán  que no se la impusieron lo suficiente.

La imagen es falaz por varios motivos, el primero: España cedió parte de su soberanía primero a la UE y después a la eurozona. Pero, aun así, hay algún margen de maniobra. Por ejemplo, el que usó el presidente Zapatero para aplazar/edulcorar los compromisos que había adquirido con los demás miembros del euro. O la decisión que tomó y las decisiones que no tomó  tras aquella carta de Trichet (a la sazón, presidente del BCE) que se empeñan en calificar de “secreta”, como si las cartas de un remitente a un destinatario fueran para exhibirse en la plaza pública.

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Y ya no queda un lince

Ahora que volvemos a la dinámica de manifas y al baile de cifras de asistentes,  voy a echar de menos a  la empresa Lynce. Lynce se dedicaba a contar manifestantes y había diseñado para ello un método de mucho mérito. Los contaban uno por uno, tal como explicaban aquí, poco después de que cerraran por falta de clientela,  es decir, por la  falta de interés en el número real de manifestantes. La ausencia de ese interés muestra que, en realidad, la cantidad es lo de menos, aunque en apariencia sea lo de más.

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