Me había perdido, por culpa del desorden, para mí tan odioso, del verano, esta columna de Arcadi Espada: Lo que nunca muere. Léase. Para animar a los perezosos, esto:
“Lo más sorprendente, lo puramente devastador, es que después de muerta ETA siga gozando de la simpática (como la onda expansiva de la bomba) amistad de la prensa, que no solo retransmite en directo sus akelarres de perdón sino que es capaz de organizarle gratuitamente, estos mismos días, una buena huelga de hambre.”
¡Hasta le han organizado una victoria política!
Pero a lo que yo iba:
“Por si fuera poco han sacado en seguida la palabra carcelero. El carcelero de Ortega Lara. Esto que ha hecho exactamente Basagoiti al reprocharle a Otegi que hable de humanidad para quien no la tuvo con el secuestrado. Esto, lo último que debe hacerse: insinuar por pasiva que el Estado está aplicando algún tipo de venganza tácita. ”
Si Basagoiti hubiera sido el único en hacerlo, aún podíamos congratularnos. Pero no ha sido el único. Cuántos han dicho que no se puede ser humanitario con el que no lo fue, etcétera. O han subrayado que no lo fue. Pero, ¿qué se espera de un criminal? Hay una tendencia, que aflora con sorprendente frecuencia ante los asesinos de ETA, a interpelarles en el plano de los sentimientos. Como si se esperara de ellos que los tuvieran, buenos, claro, o quisiera enfatizarse que no los tienen. Intrigante.

