Otegi, el hombre nuevo

El día que en Lekeitio o en Zubieta se coma en hamburgueserías, y se oiga música rock americana, y todo el mundo vista ropa americana, y deje de hablar su lengua para hablar inglés, y todo el mundo en vez de estar contemplando los montes esté funcionando con Internet, pues para nosotros ése será un mundo tan aburrido tan aburrido que no merecerá la pena vivir”. Quien pronuncia esas palabras en “La pelota vasca”, la película de Julio Médem, también estuvo contemplando los montes. Pero no durante demasiado tiempo. Así, con apenas dieciséis años cumplidos, decidió asegurarse personalmente de que ni en Lekeitio ni en Zubieta cayera jamás nadie en la funesta tentación de cenar en una hamburguesería. Corría el verano de 1975 y el alumno de La Salle de Eibar Arnaldo Otegi Mondragón decidió, pues, solicitar su ingreso en la rama político-militar de ETA. Lo que luego habría de acontecer lo cuentan Mariano Alonso y Luis Fernando Quintero en “Otegi, el hombre nuevo”, la biografía no autorizada del que aspira a ser el Gerry Adams vasco, y que acaba de remitir a las librerías la editorial Sepha. Una obra imprescindible ésta de Alonso y Quintero, dos tipos empeñados en demostrar a lo largo de cada página del libro que la causa del periodismo todavía no está perdida. Muy precisa disección analítica del etarra, el político, el negociador y el preso, los cuatro papeles consecutivos que Otegi estaría llamado a interpretar en el drama vasco. Toda una vida entregada a la melancolía por la Icaria tribal, a la feroz nostalgia por el paraíso perdido de la raza pura que miraba ensimismada a los montes, a la armónica mentira que jamás existió fuera de su imaginación. Por algo el molde estético que priva en los nacionalistas étnicos resulta tan “kitsch”. Es su forma de decirnos que están poseído por un amor más fuerte que la razón y que los sentidos: el amor presto a matar. Lectura inexcusable.

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Los sueldos de Cospedal

Acaso no haya gesto que más alborozo pueda despertar hoy en la calle que ése que acaba de adoptar Cospedal desposeyendo de sus sueldos a los diputados regionales de Castilla- La Mancha. A partir de ahora, pues, los diletantes llamados a controlar la gestión de un presupuesto de ocho mil millones de euros habrán de hacerlo en ratos libres. O eso o aprestarse a mantener a sus familias con una dieta de mil euros al mes. Es la gran diferencia entre el político serio y el demagogo: el primero se propone conducir a la opinión pública; el segundo, en cambio, no piensa más que en adularla dejándose arrastrar por ella. El uno se impone ser consecuente; el otro daría la vida por la popularidad.

Y nada más popular hoy, decía, que regalar los oídos de la muchedumbre subiéndose al carro del populismo antipolítico, aquí tan en boga desde que hubo que buscar algún chivo expiatorio para exorcizar la crisis. Un descrédito inducido, el del parlamentarismo, que empieza a mostrar analogías algo inquietantes con el que sembró el camino a los totalitarismos de izquierda y derecha en la Europa de los años treinta. He ahí el fascistoide “No nos representan” de los sitiadores de las Cortes, consigna que no hubieran dudado en corear ni los excursionistas de la Marcha sobre Roma ni los pirómanos del Reichstag.

O repárese en el añejo mesianismo de esas proclamas de Mas, las que pretenden anteponer el ruido de la multitud a la primacía de la Ley y el Estado de Derecho. Ya sea en nombre de la sacralizada libertad individual, de una justicia que se dice social o de imaginarios derechos tribales, de un tiempo a esta parte asistimos a un proceso de acoso y derribo contra los fundamentos mismos de la democracia parlamentaria. O sea, contra la genuina democracia, que otra no hay. Y algo de ese tufillo deja traslucir la decisión de Cospedal. Al cabo, postular que el trabajo de un parlamentario valga menos que el de una cajera de supermercado es una forma como otra cualquiera de dar la razón póstuma a Carl Schmitt. Ganará Cospedal, no lo dudo, el aplauso fácil de la grada. Mucho más arduo lo tendrá, sin embargo, para obtener el de los anales.

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Sala i Martín explicando que el tonto es Stiglitz

Crisis Financiera (2): 1929 (La Vanguardia, 17-10-2008)

La crisis financiera global ha sembrado el pánico sobre el estado de la economía global. Muchos analistas comparan la situación con la gran depresión de 1929. Se nos recuerdan episodios de inversores lanzándose por las ventanas en Wall Street y colas de norteamericanos hambrientos mendigando por las calles de New York. Incluso mi colega de Columbia, Joe Stiglitz, ha dicho que la caída de Wall Street es al capitalismo lo que la caída del muro de Berlín fue al comunismo. Las palabras de Stiglitz son una gran contribución intelectual al debate, porque demuestran de una vez por todas que la obtención del premio Nobel no vacuna al galardonado contra la capacidad de decir tonterías.

A ver, seamos serios: ni esta crisis financiera representa el final del capitalismo ni estamos ante una nueva gran depresión. La situación actual se parece a la del 29 en dos aspectos esenciales. El primero es que las bolsas han caído. Si. ¿Y qué? Mucha gente ha perdido dinero y eso es triste. Pero de ahí a que se avecine una gran depresión media un abismo. Estadísticamente, los movimientos a corto plazo de las bolsas no reflejan el estado real de la economía, especialmente durante episodios como los actuales, en que los inversores de bolsa han entrado en un estado de histeria que les impide ver las cosas con claridad.

Dicho esto, existen seis grandes diferencias entre la crisis del 1929 y la actual. Primera, en 1929 los depósitos bancarios no estaban asegurados. Cuando empezó la crisis, todas las familias corrieron a buscar sus ahorros a sus bancos. Éstos, lógicamente, no tenían el dinero porque lo habían prestado (ese es, precisamente, su negocio), por lo que devolvieron lo que pudieron y cuando se quedaron sin recursos cerraron las puertas. Millones de americanos perdieron sus ahorros. Nada de eso va a ocurrir en 2008 porque los depósitos están asegurados, precisamente, gracias a la lección de 1929.

Segunda, en 1929 el sistema monetario se basaba en el patrón oro, que impedía que la Reserva Federal (FED) aumentara la liquidez del sistema si no aumentaban previamente sus reservas de ese metal. Como el oro en manos de la FED no aumentó, ésta no pudo imprimir el dinero que desaparecía por culpa de las quiebras bancarias. En 2008, los bancos centrales de todo el mundo están imprimiendo dinero para dotar al sistema financiero de liquidez.

Tercera, en 1929 había deflación y los precios y salarios bajaban continuamente. Eso hizo que las deudas familiares fueran inasumibles: si uno tiene una deuda de 100 y un salario de 300, uno puede pagar. Pero si el salario baja a 100 y la deuda sigue siendo la misma, uno acaba por no poder pagar. Eso agravó los problemas financieros de los bancos. En 2008 no sólo no hay deflación sino que hay inflación.

Cuarta, la renta per cápita de los Estados Unidos en 1929 era de unos 6.000 dólares (en precios actuales). Hoy está por encima de los 36.000 dólares. Una caída de la renta de un 25% cuando ganas 6.000 plantea problemas serios de hambrunas. La misma caída cuando ganas 36.000 es un problema, pero no genera desastres humanitarios.

Quinta, la reacción de los Estados Unidos ante la crisis del 1929 fue la de culpar a los extranjeros y promover las compras de productos americanos poniendo aranceles a las importaciones (la tristemente célebre Smooth-Hawley tariff). Naturalmente, la reacción de los extranjeros fue la de poner aranceles a los productos americanos, lo que desencadenó una guerra comercial que perjudicó a todos. En la actualidad, a pesar de que queda algún globófobo trasnochado (y peludo), no existen economistas documentados que propongan el proteccionismo como la salida a la crisis.

Y sexta, y más importante, existe un dato en el que casi nadie se fija pero que es clave: la tasa de retorno de las inversiones del sector no financiero. En el año 1929, esa tasa era de 0,5%. Es decir, en 1929, si uno invertía un dólar fuera del sector bancario, uno obtenía un retorno casi nulo. En 2008, el retorno de la inversión en sectores no financieros es del… ¡10%! Para que se hagan una idea, la tasa de retorno media de los últimos 50 años ha sido del 7%. Este dato es muy, pero que muy importante, porque si bien el crecimiento económico de un país no viene precedido de aumentos de la bolsa, sí viene precedido de… ¡elevadas tasas de retorno en el sector no financiero! Para entendernos: mientras Wall Street ha hecho sus locuras financieras, Sillicon Valley ha seguido innovando y eso, a la larga, es lo que determina el crecimiento de la economía. Eso quiere decir que, cuando los financieros recuperen la cordura, el capitalismo no sólo no desaparecerá sino que la economía Americana saldrá disparada hacia una nueva senda de crecimiento.

¡Ah! Casi me olvidaba. Les decía que había dos factores que hacían que la crisis del 1929 y la actual fueran parecidas. Una ya se la he comentado: las bolsas se desplomaron. La segunda: los gobiernos no se enteran de nada. Uno se queda de atónito cuando el gobierno aprueba un plan de 700.000 millones para comprar los activos tóxicos de los bancos y una semana después decide que el dinero se utilizará para comprar acciones. Y uno se queda todavía más petrificado cuando ve que la explicación que dan de este cambio es que … ¡la bolsa ha reaccionado negativamente! Que los periodistas confundan la bolsa con la economía tiene un pase. Pero que el gobierno utiliza la bolsa para decidir su política económica es una locura que demuestra que anda totalmente perdido. Tan perdido como el del 1929.

 

 

 

 

 

 

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“Nos hemos integrao”

 

Más cornás da el hambre

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Entrevista con Felipe V, de Henry Kamen en El Mundo

«Éste es un lugar maravilloso, aunque quizás no tan maravilloso como La Granja lo era cuando yo la conocí. Bien, ¿sobre qué desea hablar conmigo? ¡No!» dijo, interrumpiéndose a sí mismo. «¡Déjeme adivinar!»

«Usted ya lo sabe, Majestad», respondí tímidamente, «porque está más allá del tiempo y puede ¡verlo todo!»

«Sí. Ha venido a verme sobre el caso de Cataluña. ¡Un problema, estos catalanes! ¿Qué les pasa ahora? ¡Creía que ya les había tratado con la firmeza necesaria!»

«Ellos no le olvidan, porque les abolió sus fueros. Ahora después de 300 años están hartos de España y desean declarar su independencia»

«¡Debe estar bromeando! ¿Y dónde van a ir cuando sean independientes?»

«Bueno, la Unión Europea ha declarado que no se pueden unir a Europa si se separan ilegalmente, por lo que supongo que los catalanes enviarán su ejército de mossos a ocupar lo que llaman la Cataluña Norte, y luego se declararán un Estado nacional, cerrarán sus fronteras, ordenarán a todos los habitantes tener pasaportes catalanes, y solicitarán ser miembro de Naciones Unidas. Después de todo, son una nación, y por tanto se sienten con el derecho de vivir separados».

«¿Nación? ¡No diga tonterías! ¡El mundo está lleno de naciones, y todo lo que quieren hacer es vivir juntos, no separados! ¿No fue por eso que inventaron la Unión Europea?»

«Majestad, pero los catalanes se vieron obligados a unirse a España por usted, es por eso que quieren dejarla ahora».

«¡Simplezas, señor! Ya eran parte de España cuando me convertí en rey, por lo que nadie les obligó a hacer nada. Como historiador, usted sabe perfectamente que la mitad de los catalanes me apoyaron en esa pequeña rebelión suya. ¡Fuisteis vosotros los malditos ingleses los que provocasteis los problemas! ¡Y robasteis Gibraltar!»

Noté que se estaba poniendo un poco alterado, por lo que traté de calmarle.

«Siento lo de Gibraltar, señor! Estoy seguro de que lo devolveremos algún día. Pero, ¿qué piensa de la reclamación de los catalanes para ser una nación?»

«¡Tienen perfecto derecho a proclamar que son una nación! Ser una nación es un sentimiento que existe au coeur et aux couilles (perdóneme por expresarme en mi idioma). ¡Es una buena cosa! Pero, ¿Cataluña es una nación? La mayoría no son de allí, sino inmigrantes; el catalán lo habla una minoría; todas las finanzas y negocios son internacionales, no catalanes; y, finalmente, los votantes han rechazado una y otra vez el separatismo. No me entienda mal. Es el hogar histórico de los catalanes, al igual que Escocia es el de los escoceses. Pero sería moralmente incorrecto adoptar el sueño de un hogar histórico como base de un programa político».

«Así que cree que los catalanes no tienen derecho a pedir la independencia».

«Pueden si quieren, por supuesto. ¿Pero usted sabe lo que les espera si llegan a lograrla? Hoy no hay Estados-nación en Europa: todas las funciones principales, como el dinero, los impuestos y las leyes, todos han sido internacionalizadas. Si Cataluña logra liberarse de las leyes, impuestos y dinero español, tendrá que aceptar el aún más asfixiante dinero, impuestos y leyes de la Unión Europea. ¿Por qué cree que los catalanes votaron para volver a ser de España, tras cometer el error de rebelarse contra Olivares y hacerse parte de Francia? ¡Porque los impuestos franceses eran opresivos! ¡Sé eso, porque soy francés!

«¿Así que en realidad toda esta charla de independencia es un delirio?»

«Piense. Ni un solo partido nacionalista en Cataluña estuvo alguna vez realmente en favor del separatismo. Lo que siempre quisieron fue una mayor participación en el Gobierno de España; no querían separarse de él. ‘Cataluña ha de ir a la conquista de España’, proclamaba Enric Prat de la Riba. Y ¿por qué no? Cuando yo era rey tenía muchos vascos en mi gobierno, y habría tenido catalanes si lo hubiesen deseado. España es una comunidad de naciones, al igual que Europa; por tanto todas las naciones de España tienen el derecho a participar. Después de todo, incluso tuvieron un rey gobernando a España, don Fernando el Católico, a quien llamaban en Castilla el viejo catalán».

«Tiene toda la razón Majestad».

«¡No es sólo eso! Viviendo aquí en Valhalla, tengo una visión completa del tiempo, que me permite más perspectiva. Por ejemplo, no puedo comprender a qué se debe tanto alboroto sobre el dinero. ¿Sabe que antes de que aboliera los fueros los catalanes no pagaban impuestos alguno al Gobierno de Madrid? ¡Y ahora se quejan de que están pagando demasiado! ¡Eso es lo que yo llamo justicia poética!»

«¡Ese no es un comentario justo, señor! La verdad es que los catalanes quieren poder controlar una proporción justa de sus propios impuestos, sin tener que subsidiar a otras partes del país».

«Ah, gracias por esa palabra país. Sí, España es un país, en lugar de una nación. He viajado por todas sus tierras y sé que las personas que viven en Cataluña son felices de pertenecer a España, tal como estaban felices en los viejos tiempos. Hay diferencias de enfoque, obviamente. Y los catalanes tienen razón de tratar de proteger su lengua y sus costumbres. Pero sólo un niño ignorante se imaginaría que una familia debe divorciarse y romper porque el padre no le está dando a su hijo asignación suficiente».

«El problema no es sólo de dinero».

«Exacto. Vivir en Valhalla tiene ventajas y una de ellas es que contamos con la última tecnología informática. Tengo el último Kindle, y he comenzado a leer libros, incluso algunos en inglés. ¿Conoce la obra de un escritor maravilloso llamado G.K. Chesterton?»

«Por supuesto, es uno de mis autores favoritos».

«¿Conoce su historia El Napoleón de Notting Hill? En ella, un hombre sueña en convertir el pequeño rincón del mundo en que vive, el londinense barrio de Notting Hill, en un estado independiente que asombrará al mundo. Se proclama líder del barrio y se hace a la guerra contra toda Londres. Finalmente es vencido y el barrio, destruido. Pero no tiene remordimientos. Dice en su último discurso: ‘Notting Hill es una nación. Es una nación creada a sí misma, y porque es una nación puede destruirse a sí misma’».

«¿Qué quiere significar con este ejemplo?»

«Hay estadistas que sueñan con una mayor unión entre los pueblos, abrazando visiones más amplias de la Humanidad y la cultura; y hay quienes prefieren ocultarse en su rincón del universo, como Notting Hill para afirmarse como nación».

«¡Pero Notting Hill se destruyó a sí mismo!»

«Sí, porque el mundo, como Europa, ahora es una comunidad donde la supervivencia hace un llamamiento para unir y compartir, y un pequeño barrio no puede separarse y esperar que exista por sí mismo. Desde Valhalla puedo ver el futuro claramente, pero lamentablemente no puedo decirle lo que veo, porque eso iría en contra de las reglas de esta entrevista. Sólo puedo confirmarle lo que ya sabe, que los ciudadanos tienen la libertad de decidir su propio destino, y si deciden destruirse lo harán, como la nación de Notting Hill».

Henry Kamen, historiador británico, es autor de Felipe V: El rey que reinó dos veces.

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