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La periodista Teresa Küchler ha puesto dos comentarios en mi columna Ni sueca ni periodista, ¡española! , en la que la citaba por su intervención en el coloquio con Artur Mas en Bruselas, y  señalaba cómo el hecho de ser hija de española, que fue aireado por La Vanguardia,  servía, en el campo nacionalista, para desacreditarla. Esto lo pude comprobar, por otra parte, tanto en su cuenta de Twitter (donde tuvo que afrontar incluso que se la acusara de franquista) como en los comentarios a la noticia en medios catalanes.

Le agradezco a Küchler el interés y, naturalmente, reproduzco aquí sus dos comentarios:

Teresa Küchler

I’m German-Danish-Spanish-Swedish and schooled in the Netherlands, Denmark, France and Sweden. I live in Brussels since 7 years. It’s not a secret. My native tongue is Swedish, my second and third languages are French and English, my fourth language i Spanish. My mother lives in Sweden since well over 40 years. I have never been involved in Spanish politics- nor do I have an opinion on Catalan independence. It’s my job to ask critical questions. cheers/ Teresa Küchler, Brussels.

 (Soy alemana-danesa-española-sueca y estudié en los Paises Bajos, Dinamarca, Francia y Suecia. Vivo en Bruselas desde hace siete años. No es un secreto. Mi idioma materno es el sueco, mi segundo y tercer idioma son el francés y el inglés, el cuarto es el español. Mi madre vive en Suecia desde hace más de 40 años. Nunca me he implicado en la política española ni tengo una opinión sobre la independencia catalana. Es mi trabajo formular preguntas críticas. Saludos/Teresa Küchler, Bruselas.)

Teresa Küchler

ok- gracias. Hay muchos que confunden mi análisis critica de la estrategia del presidente Mas (de no tener un discurso honesto o de no presentar su plan correctamente etc) con tener una opinión sobre el asunto de una posible independencia de Catalunya. De eso yo no opino nada. Well. Anyway. Long day. Catalunya hates me.

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La sueca

La Vanguardia ha descubierto que la periodista que, en Bruselas,  formuló  las preguntas más comprometidas para Artur Mas es una sueca de madre española. Estas cosas del origen y los ancestros tienen gran importancia para los nacionalistas.  Para ellos, no serás nunca  “catalán” aunque hayas nacido allí,  si careces del pedigrí correspondiente.  Si tus padres, tus abuelos, tus antepasados,  no son de la tierra. Los más conscientes de lo que late tras esa discriminación, disimulan. Otros no se dan cuenta: la carta de la profesora de Alicia Sánchez Camacho .

El periodista de la Vanguardia, Jordi Barbeta, remarca que Teresa Küchler lleva sangre española como si eso fuera el motivo de que le preguntara a Mas de un modo que no es costumbre en Barcelona. Ha olvidado, claro,  que hacer preguntas incómodas forma parte  del métier periodístico.

En cualquier momento pueden descubrir esta otra faceta de Küchler, así que la pongo ya aquí. La periodista sueca también es capaz de subirse a un escenario y cantar una canción mofándose de Gordon Brown. A ver si el séquito de plumillas de Mas entiende que los periodistas te son así.

Gordon Brown no sense of fun

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El golpe

El carácter más o menos ilustrado de alguien no depende de la etiqueta ideológica que escoja sino de la filosofía que trasluzca su discurso y, sobre todo, de los actos que realice, avale o justifique. Te dirás liberal o progresista, pero no puedes serlo, por mucho que te empeñes, si tus actos y palabras rezuman nacionalismo, excrecencia ideológica del romanticismo alemán. No negaré el interés intelectual de los enemigos de las Luces, y admito que Nafta pueda seducir más que Settembrini en La montaña mágica. Pero ni los actuales valedores de la oscuridad son capaces de estimularnos como el personaje de Thomas Mann, ni, volviendo a un presente más prosaico, hay modo de comprarle la etiqueta ilustrada a quienes se consagran a fines reaccionarios.

Hasta ahora, no era extraño que los críticos sometidos a entornos nacionalistas nos desahogáramos de vez en cuando colocando espejos delante de los falsarios. Francamente, lo ponían fácil. Vean, cuando esta mañana he sabido de las últimas proclamas particularistas disfrazadas de modernidades europeas, me ha venido a la cabeza el Menosprecio de Corte y alabanza de aldea, de Antonio de Guevara. Meter los prejuicios del nacionalismo catalán del siglo XXI en un moralista castellano del siglo XVI es un consuelo íntimo. Como el que procura la aparente paradoja de que la historiografía nacionalista suscriba con entusiasmo la vieja tesis central de los historiadores “visigóticos”: España es Castilla. Una visión superada, qué cosas, por Vicens Vives y, a efectos prácticos, por la Constitución del 78. El empeño en resucitar debates tan muertos acusa la impostura. Sólo desde ella se puede insistir en que España, una de las naciones más descentralizadas del mundo, tiene un Estado asfixiantemente centralista.

Con estas cositas nos íbamos entreteniendo los disidentes por salpimentar un poco la sosa unanimidad del país de los editoriales únicos. Pero no. Los términos inequívocos en que Artur Mas acaba de plantear su proyecto secesionista nos dejan sin espacio –y sin ganas– para la pulla diletante. Ya ni siquiera importa el modo en que hemos llegado hasta aquí, los lamentos por lo que se podría haber hecho y no se hizo, las razones del silencio de los corderos. Corremos el riesgo de seguir choteándonos de los fervorines de campanario mientras levantan fronteras a nuestro alrededor. Alerta.

La Generalidad no es cualquier cosa; tiene poder ejecutivo y poder legislativo; posee un sinnúmero de competencias que afectan a la vida diaria de millones de personas. Más allá de los trucos semánticos nacionalistas (“Cataluña y España”: ¿qué pinta ahí esa conjunción?) hay un hecho que lo cambia todo: el administrador máximo de un poder no desdeñable anuncia que sus planes pasan por encima de la Constitución y de los tribunales. Ergo sólo reconoce como legítima su ley. Y ningún tribunal. Por desgracia, la lengua española se ha visto obligada a desarrollar múltiples expresiones para designar lo de Mas. Y ninguna es graciosa.

(ABC, 6 de noviembre de 2012)

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Les ombres errants

Se dice en sus páginas que se decía. Se decía que los pantalones tejanos provocaban impotencia. Y también que a Walt Disney lo habían congelado a la espera de que se encontrase el remedio contra el cáncer. Eran los tiempos de la formica, mucho más limpia que la madera según era fama; y del rock sinfónico, que igual se decía iba a ser la nueva música clásica; y de los vasos de Duralex; y del UHF; y de un ministro de Educación doblemente improbable, cierto Martínez Esteruelas que no solamente llevaba Cruz por nombre de pila bautismal, sino que encima resultó ser oriundo de Hospitalet de Llobregat; y de Johan Neeskens; y de las caras de Bélmez. Era cuando 1974, el instante crepuscular de una posguerra que ya iba camino de durar cuatro décadas. Las vísperas del “hecho biológico inevitable”, muy ido paisaje moral que sirve de escenario a “Les ombres errants”, la sugerente incursión en el terreno de la novela del filósofo, ensayista y virtuoso de la viola de gamba Ferran Sáez Mateu (La Granja dŽEscarp, 1964). Un tiempo aquél en el que, como sostiene la voz en off del narrador, “hacerse trotskista, o maoísta, o falangista, otorgaba el tesoro más preciado para los inmaduros: una identidad individual tan compacta como un bloque de cemento armado”. Tiempo de grandes quimeras colectivas y de pequeños flautistas de Hamelin. No tan distinto a éste de ahora mismo, por lo demás. Un teórico de la revolución armada a punto de pasar a la praxis, un poeta nacional (ista) tan cínico como moribundo, un hippy de comarcas, y un inquietante pie de foto – “Padre Pedro Mir, que en los meses finales de la Cruzada fue confesor del Generalísimo”– que acaba desencadenando un asesinato, y todo con el sonido de fondo del Carrusel Deportivo. He ahí los mimbres argumentales con los que la irónica maestría del autor trenza una alegoría sentimental de la mitología antifranquista acuñada en la Transición. Lectura inexcusable.

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El ‘secuestro’ del señor Mas

Anoche comentamos en la radio lo del secuestro de Mas. Corre por ahí que Artur está secuestrado -por emplear el término que usó el ministro de Justicia- por un grupo de radicales independentistas y  que son ellos los que le están llevando por el mal camino. Periodistas bien informados como Victoria Prego se hacían eco, días atrás, de la misma especie, citando fuentes con conocimiento de lo que se cuece en las altas esferas de la política catalana. Viene a ser una variante de un tópico que se ha repetido mucho: el del tren en marcha. Mas se ha subido al tren, porque no le quedaba otra. O el del monstruo: se ha alimentado a un monstruo y ahora Mas tiene que hacerle caso para que no le devore.

Todo eso me parece a mí un nuevo ejercicio de autoengaño, construido sobre otro anterior: el  nacionalismo moderado, del que CiU sería el más acabado representante. El hecho es que Mas fue elegido como delfín por el mismo grupo de radicales que ahora le usarían de marioneta, lo cual hace inverosímil la caritativa hipótesis del secuestro.

Lo interesante del caso no es tanto que haya personas dispuestas a creer que Mas no quiere hacer lo que hace ni decir lo que dice, sino que haya gente deseosa de que tal idea se difunda. ¿Será gente de CiU? Es una lástima que el periodismo bien informado no dé algún indicio al respecto. 

 

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