La mitad de los vascos (exactamente el 50 por ciento) son favorables a que se celebren consultas sobre la separación de España, tanto en su tierra como en Cataluña, según el último Euskobarómetro. Al mismo tiempo, sólo un 31 por ciento quiere la secesión, mientras que un 55 por ciento manifiesta tener poco o ningún deseo de separarse de España.
En la información que da al respecto el diario El País se califica como paradójica esa, llamémosla, disonancia: la mayoría quiere la consulta, pero la mayoría la quiere para reafirmar su integración en España. ¿Entonces?
Esta paradoja aparente me remite a uno de los problemas que ha surgido en torno al posible referéndum sobre la independencia de Escocia. El nacionalista Alex Salmond ha mostrado preferencia por esta pregunta: “¿Está de acuerdo en que Escocia sea un país independiente?” Expertos electorales y demoscópicos han señalado que no es lo suficientemente neutral, puesto que a la gente la resulta más difícil contestar “no” a una pregunta sobre si está de acuerdo con algo.
Por la ficha de este Euskobarómetro, se les ha preguntado a los entrevistados su grado de acuerdo o desacuerdo con la celebración de un referéndum independentista. Pienso que no hay muchas otras maneras de sondear a la gente al respecto (o las que hay, son similares a la que se ha llevado a cabo). En cualquier caso, a una pregunta sobre si se debe consultar a los ciudadanos, es mucho más probable que se responda “sí”, que lo contrario.
La idea de consultar tiene resonancias positivas, y se asocia a democracia; la de no consultar, negativas y se asocia a autoritarismo. Esta percepción es errónea: más consultas, no significan más democracia (salvo que reduzcamos la democracia al hecho de introducir papeletas en las urnas); y los gobiernos autoritarios también convocan referendums.
Pero de ahí, de esa percepción tan extendida, la insuficiencia de responder a los nacionalistas que reclaman consultas, únicamente con el argumento de la ley.