¡Feliz Año!

El año se ha recibido con los peores pronósticos en los medios encargados de reflejar o formar la opinión.  Yo no diría que es pesimismo. Todos somos pesimistas los días impares. Diría que los medios -y la opinión- se han enganchado al dramatismo del apocalipsis. ¡Queremos nuestro anuncio de apocalipsis diario! Y no importa en absoluto que se produzca o no. A propósito de esto,  bien viene repasar “Cuando la profecía falla” (When prophecy fails, de Leon Festinger y otros).

Un resumen del año pasado tan insolentemente optimista como éste que ha publicado The Spectator (Por qué 2012 fue el mejor año que ha habido nunca), hubiera provocado protestas y hasta disturbios en España.

¡Feliz Año!

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La paradoja aparente del Euskobarómetro

La mitad de los vascos (exactamente el 50 por ciento) son favorables a que se celebren consultas sobre la separación de España, tanto en su tierra como en Cataluña, según el último Euskobarómetro. Al mismo tiempo, sólo un 31 por ciento quiere la secesión, mientras que un 55 por ciento manifiesta tener poco o ningún deseo de separarse de España.

En la información que da al respecto el diario El País se califica como paradójica esa, llamémosla, disonancia: la mayoría quiere la consulta, pero la mayoría la quiere para reafirmar su integración en España. ¿Entonces? 

Esta paradoja aparente me remite a uno de los problemas que ha surgido en torno al posible referéndum sobre la independencia de Escocia. El nacionalista Alex Salmond ha mostrado preferencia por esta pregunta: “¿Está de acuerdo en que Escocia sea un país independiente?” Expertos electorales y demoscópicos han señalado que no es lo suficientemente neutral, puesto que a la gente la resulta más difícil contestar “no” a una pregunta sobre si está de acuerdo con algo.

Por la ficha de este Euskobarómetro,  se les ha preguntado a los entrevistados su grado de acuerdo o desacuerdo con la celebración de un referéndum independentista. Pienso que no hay muchas otras maneras de sondear a la gente al respecto (o las que hay, son similares a la que se ha llevado a cabo). En cualquier caso, a una pregunta sobre si se debe consultar a los ciudadanos, es mucho más probable que se responda “sí”, que lo contrario. 

La idea de consultar tiene resonancias positivas, y se asocia a democracia; la de no consultar, negativas y se asocia a autoritarismo. Esta percepción es errónea: más consultas, no significan más democracia (salvo que reduzcamos la democracia al hecho de introducir papeletas en las urnas); y los gobiernos autoritarios también convocan referendums.

Pero de ahí, de esa percepción tan extendida, la insuficiencia de  responder a los nacionalistas que reclaman consultas, únicamente con el argumento de la ley.

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Mas y Homs. Hasta el ridículo final

Leo que el gobierno de Artur Mas es “fuertemente político”. La expresión figura ahora mismo en la portada de elpais.com: “Mas diseña un gobierno fuertemente político con Homs de mano derecha”. Aprecio que suena mal y que contiene alguna redundancia, pero sobre todo, una ironía, seguramente involuntaria: si Homs, que es uno de los  cráneos previlegiados  de la operación que hizo perder a CiU  doce escaños, es el hombre fuerte del gobierno fuertemente político,  a ese gobierno autonómico le esperan días políticamente ridículos. 

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El discurso del Rey logró reunir este año a catorce mil espectadores más ante las pantallas de la televisión autonómica vasca.  Creo que hay que agradecérselo al peneuvista Egibar.

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Mensajes alternativos del Rey

Sería clarificador que se concretase. No me valen, sorry, críticas del tipo “no estuvo a la altura” (Rosa Díez). Hay que decir cuál es la medida.  Esto es, si el Rey ha de formular, en su discurso navideño,  un  mensaje político claro y contundente ante los graves desafíos que afronta la unidad de España,  ¿cuáles deberían haber sido sus palabras?

¿Por ejemplo, en esta onda?: 

El separatismo no pasará.

Defenderé con uñas y dientes la unidad de España.

Cómo convoquen un referendum ilegal en Cataluña, se van a enterar.

Yo espero que Díez y demás salvapatrias nos ofrezcan algún día un borrador de su discurso del Rey. Entretanto, seguiré pensando que un rey, en una monarquía constitucional o parlamentaria, debe de hacer en su mensaje navideño lo que hace la reina (del Reino Unido). Este año habló sobre las celebraciones del Jubileo y las Olimpiadas, y recordó, como siempre, qué se celebra en Navidad.  No tuvo a bien referirse al desafío independentista en Escocia.

Ah, y la monarquía sí está de adorno: los adornos también cumplen funciones significativas.

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Genealogía de un mesias

Sin duda, el rasgo más insólito de la Cataluña moderna reside en ese sesgo colectivo que la mueve a dejar la cosa pública en manos de figuras extravagantes. Si bien se mira, Prat de la Riba, el presidente de la Mancomunitat, resultó ser el primer y -casi – último catalán normal que gobernó la región. Era aquel Prat un tipo tan ajeno a cuantos habrían de sucederle que se pasaba el tiempo entretenido en esas ocupaciones que aquí se consideran menudencias insignificantes, asuntos baladíes impropios de todo político que se precie. Así, andaba siempre obsesionado con mejorar el calado de los puertos de la Costa Brava, con construir nuevos hospitales en las capitales de comarca, con mejorar la eficiencia pedagógica de la red de instrucción pública y otras naderías parejas. Difunto Prat, y luego del razonable Puig i Cadafalch, el coronel Macià, ya se revelaría como un genuino iluminado a partir del instante mismo de tomar posesión de la Generalitat. Una patología, ésa suya, que lejos de procurarle desafecto alguno no haría más que aumentar su popularidad. Al punto de que, en el clímax final de su mandato, acabó rogando a propios y extraños que lo llamasen «El Abuelo», mientras no perdía ocasión de golpearse el pecho con el puño cerrado, prueba de su rendido amor a la patria catalana. Sólo el estado germinal de la ciencia psiquiátrica de la época impidió que hubiera de trasladar su despacho oficial a algún centro de día. Y después aquel pobre hombre que fue Companys, un carácter tan errático como para proclamar la independencia apenas por impresionar a su entorno más íntimo. A continuación, tras el fugaz, brevísimo paréntesis de inopinada sensatez que aportaría Tarradellas, se nos apareció Jordi Pujol. Y con él volvió la norma canónica: casi cinco interminables lustros perorando a diario sobre Vifredo el Belloso. En cuanto a los que presidieron los tripartitos, del uno mejor no hablar; del otro, el mudo, ¿qué decir? Y ahora el mesías.

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