Dos diarios, ABC y La Razón, han entrado en pelea por una carta de Mingote que ha publicado el segundo de los periódicos. La misiva iba dirigida al consejero delegado de Vocento, José Manuel Vargas, y a la dirección de ABC no le parecido bien que haya salido a la luz. Otros consideran que su publicación, poco después del fallecimiento de Mingote, ha sido inoportuna. Desde el punto de vista periodístico, sin embargo, ha sido muy oportuna, pues era justo ahora cuando podía concitar la mayor atención. Y el hecho de su publicación no transgrede nada que no transgreda habitualmente el periodismo. Es decir, si los periódicos publican, cuando les parece más oportuno, cartas, emails, faxes y conversaciones telefónicas de cargos públicos y políticos, no veo ninguna razón para que consideren impublicables sus documentos internos. Ninguna, en fin, para que la prensa esté a salvo de la lupa que aplica a otros negociados y negocios. Es más, creo que la carta de Mingote es un documento muy revelador sobre el funcionamiento de la empresa periodística en estos tiempos. No es cosa de idealizar otros y tampoco de generalizar, pero el trato que se le dispensó a Mingote es característico de unos gestores que desconocen cuál es el principal capital de un periódico, esto es, sus firmas, sus colaboradores distintivos, sus redactores veteranos, y, en consecuencia, no les merecen respeto y los tratan como si fueran piezas intercambiables.
La carta decía lo siguiente:
“Mi distinguido amigo: Desde hace cincuenta y cinco años vengo publicando mis dibujos en ABC. En este periódico empezó mi vida profesional, y a mi trabajo en él le debo mi más o menos sólido prestigio. Siempre he creído que ABC era «mi» periódico, del modo más cordial y desinteresado. Las muestras de mi desinterés son abundantes. Mi ligazón a ABC ha sido siempre más sentimental que laboral. Hasta hoy.
Ese desmesurado contrato que me propones es sencillamente humillante, aunque su lectura me ha producido más bochorno y vergüenza que humillación. ABC ha dejado de ser esa casa amistosa y acogedora (aunque no siempre generosa) para transformarse en una empresa que pretende convertirme en poco menos que un siervo provechoso y explotable. La sombra de Juan Ignacio se ha desvanecido para dejar paso a unos directivos atentos exclusivamente a sus ganancias, objetivo por otra parte, legítimo.
Pero lo cual ha dado un vuelco a mi conducta. Le he prohibido a Isabel que siga negociando ese contrato, para dejar la tarea en manos de mi abogado, que sabrá hacerlo con Vocento sin el lastre de nuestra vieja devoción a ABC.
He dejado de ser un amistoso y leal colaborador para convertirme en un asalariado que procura mejorar su condición. Con mis mejores deseos, Antonio Mingote. Enero de 2009.”