Laffer se nos ha hecho keynesiano

Esta maldita crisis ha hecho emerger de nuevo al primer plano las viejas taras incívicas del país que diseccionó Ortega en su “España invertebrada”. Se señalaba allí al débil proceso nacionalizador durante el siglo XIX como origen último de nuestra precaria identidad colectiva, esa arraigada querencia particularista que hace que los distintos grupos españoles antepongan por norma el interés propio al general. Nada más castizo al respecto que el gesto teatral de los diputados de la Esquerra negándose a abonar sus tributos a la hacienda común. Y es que tampoco las élites de la otra ribera del Ebro quieren pagar impuestos. Un principio programático, el del sálvese quién pueda, que ha llevado a algunos a rescatar del baúl de la Piquer a aquel famoso Laffer, el de la curva. En su tiempo, ese Laffer ahora resucitado vino a ser algo así el Uri Geller de la macroeconomía. Al punto de que lo de doblar cucharas y parar relojes con la sola fuerza de la mente quedaba en simple juego de niños al lado de los milagrosos prodigios tributarios que prometía su doctrina. Desde que alguien patentó el ungüento amarillo no se había dado a conocer maravilla igual. Recuérdese, con alguna condición menor, la vía óptima a fin de aumentar la recaudación tributaria era bajar los impuestos. La cuadratura más gozosa del círculo. El Nirvana fiscal al alcance de cualquier Montoro. Aunque el tiempo, ¡ay!, no pasa en balde ni siquiera para el gran Laffer. Porque la música de aquel viejo roquero de la economía de la oferta aún suena muy parecida, pero ya no es la misma. Así, el “gurú” ha dado en predicar a sus nuevos devotos hispanos que conviene reducir los impuestos, aunque a condición de transigir con el déficit. O sea, que han necesitado atravesar el Atlántico para descubrir el Mediterráneo. Pues – ¡oh, sorpresa!– sucede que el primer y genuino padre intelectual de esa sensata política expansiva se llamaba… John Maynard Keynes.

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¿Qué es el socialismo?

Leszek Kolakowski

Vamos a decirles lo que es el socialismo. Pero antes tenemos que decirles lo que no es el socialismo. Sobre ese tema solíamos tener una idea muy diferente de la que ahora tenemos. Y bien el Socialismo no es: Una sociedad cuyos dirigentes se nombran así mismos en sus puestos. Un Estado que desea que todos sus ciudadanos tengan la misma opinión en filosofía, política extranjera, economía, literatura y moral. Un Estado cuyos ciudadanos no pueden leer las más grandes obras de la literatura contemporánea, ni ver las grandes obras de la pintura contemporánea, ni oir las grandes obras de la música contemporánea. Un Estado cuyo gobierno define los derechos de sus ciudadanos pero cuyos ciudadanos no definen los derechos del gobierno. Un Estado en el cual los resultados de las elecciones siempre son predecibles. Un Estado siempre orgulloso de si mismo. Un Estado cuyos soldados penetran, por delante de sus diplomáticos, en el territorio de otros países. Un Estado que posee colonias en el extranjero. Un Estado cuyos vecinos maldicen la geografía. Una nación que oprime a otras naciones. Una nación que es oprimida por otra nación. Un Estado que quisiera ver cómo su ministro de relaciones exteriores determina la opinión política de toda la humanidad. Un Estado en el que un pueblo entero puede ser transplantado contra su voluntad a otra parte. Un Estado que distingue difícilmente una revolución social y una invasión armada. Un Estado en el que los trabajadores no tienen influencia sobre el gobierno. Un Estado en el que el número de funcionarios aumenta más rápidamente que el número de trabajadores. Un Estado en el que algunos miembros de la población reciben salarios cuarenta veces más altos que los demás. Un Estado que produce excelentes aviones de guerra y pésimos zapatos. Un Estado en el que diez personas viven en un solo cuarto. Un Estado en el que se está obligado a recurrir a las mentiras. Un Estado en el que se vive obligado a robar. Un Estado en el que los perezosos viven mejor que los esforzados. Una sociedad en la que alguien puede vivir desdichado, por el hecho de ser judío y otro puede sentirse afortunado de no serlo. Un Estado en el que los militantes racistas gozan de una total libertad. Una sociedad que es la tristeza misma. Una sociedad de castas. Un Estado en el que existe el trabajo forzado. Un Estado en el que existen los vínculos feudales. Un Estado que tiene dificultades para establecer la diferencia entre reducir a alguien a la esclavitud y liberarlo. Hasta aquí la primera parte que explica todo lo que el socialismo no es. Pero ahora, atención, vamos a decirles todo lo que el socialismo sí es. Y bien, el socialismo es una cosa muy buena.

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Alguien se salió de la curva y no fue Laffer

Hay quien dice que Laffer es un muerto viviente, quizá por aquella maldad de Bush padre, que llamó a sus teorías  “economía vudú”. Muerto o vivo (intelectualmente, nos referimos), Laffer no es idiota. Por eso, en la entrevista que le hicieron en El Mundo, y que tanto se ha difundido,  no propuso bajar los impuestos y punto. Lo que propuso, que es sustancialmente diferente, fue bajar los impuestos y aplazar los recortes del gasto durante tres años. Las dos cosas al mismo tiempo.

Lo que dijo fue: ”España debería bajar los impuestos ahora y anunciar para dentro de tres años un gran recorte del gasto público.”

De la segunda parte de esa frase se olvidaba por completo el diario El Mundo en  el editorial que publicaba, el lunes 27, apoyándose en la entrevista con Laffer, y que decía:

La pregunta es si un país con un déficit público del 6,9% y, sobre todo, con  6,2 millones de parados puede arriesgarse a perder la recaudación que supone una  reducción de la carga impositiva. La respuesta es afirmativa si se adopta una  reestructuración de la presión fiscal –menos impuestos directos y, si hace  falta, más indirectos– a la vez que se reduce el gasto público y se «liberaliza  y desregula la economía».

Es lo que propone El Mundo, pero, conviene subrayar, no es lo que proponía el señor Laffer que ocupaba ese día la primera plana del mismo periódico.

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A propósito de la polémica sobre los impuestos:

Indignación, por Alberto Recarte (En ABC)

Las declaraciones simultáneas de José María Aznar y Esperanza Aguirre con las que exigen al Gobierno del PP una rebaja de impuestos me producen indignación. No han pedido reducción del déficit público. Han evitado, así, precisar si también proponen reducir gastos públicos, y cuáles. Excepto que den por sentado que la reducción de impuestos se traduciría, inmediatamente, en mayor actividad económica y mayor recaudación tributaria. Esa es la política económica que intentó Rodríguez Zapatero desde 2008 hasta mayo de 2010 y que se tradujo en un déficit público superior al 11% y el riesgo inminente de suspensión de pagos, de la que nos está librando la impopular, pero imprescindible, política económica del Gobierno del PP de subir impuestos, reducir gastos y hacer reformas que parecían imposibles, como la del mercado de trabajo. (Seguir leyendo)

 

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Aznar y los “golpes palaciegos”

A propósito de mi artículo sobre lo de Aznar, y por mi referencia al suicidio de UCD, me escribe un buen amigo que la “unidad de la derecha”, visto lo visto, no es ningún principio sagrado.

Yo no hablaba de la unidad de la derecha, sino de otra cosa: de esa loca idea, a la que la declaración de Aznar dio pábulo, de echar al presidente del partido y del Gobierno a través de un golpe palaciego. Ello a mitad de legislatura y en una España que ofrece, como una de las pocas cosas sólidas, la relativa estabilidad política de una mayoría absoluta.

Mi posición es: primero las urnas, luego los recambios. Los recambios provocados por los resultados de las urnas son mejores para el partido, y mejores para el país, que los recambios provocados por conspiraciones internas. Es decir, mediante golpe (palaciego, pero golpe al fin y al cabo). Ya que hablamos: la destrucción de Suárez por sus propios compis añadió a las que ya había otra condición propicia para el 23-F.

En situaciones extraordinarias, acepto más opciones.   Por ejemplo,  si España fuera intervenida (del todo) obligando a cambiar sustancialmente la política que se estaba haciendo,  el Gobierno debería: o convocar elecciones, o  negociar un Gobierno de concentración o de coalición.

La “unidad de la derecha”, por otro lado,  ¿qué significa?. Si significa que hay un partido mayoritario en la derecha es como no decir nada. Es habitual que exista un gran partido en la derecha, como lo es que exista en la izquierda.  Todos los grandes partidos albergan distintas familias en su seno y apelan a distintas familias de votantes. Por eso son mayoritarios.

Si la unidad de la derecha (como valor a mantener) significa que conviene evitar que esas distintas familias, corrientes, etc. que conviven en el PP,  formen partidos separados,  mi posición es: ¡allá ellos! En España ya hay otros partidos de derechas distintos al PP. Su problema es que no convencen a casi nadie.

Bueno, inténtelo los descontentos; escíndanse del PP y preséntense a las elecciones. Lo que hizo Rosa Díez. Si hay un momento para intentarlo es éste. Con suerte, sacan algún diputado.

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Lobos solitarios y hermano lobo

El otro día le oí al ministro del Interior francés, quien como es natural es español, Manuel Valls, que no había, en el terrorismo yihadista,  ”lobos solitarios”. Es una precisión importante, que no sólo afecta a esa clase de terrorismo.

Venía a colación del asesinato a machetazos de un soldado británico en la calle de un barrio londinenses. Cuando se le hizo la entrevista (en TVE1), todavía no se había producido la imitación en París: un militar apuñalado en el cuello.

“No creo mucho en eso del lobo solitario. -dijo Valls- Esta gente vive con una conexión, sea la de internet, en ciertas mezquitas. Quieren ir a Afganistán, a  Pakistán, a  Siria,  a África del oeste.  Es decir, que pueden matar en solitario pero no son solitarios, no son lobos solitarios.”

Y ya que estamos, siempre hay alguien que ve al hermano lobo en los ojos del asesino. Así, la señora que se acercó al tipo con los cuchillos ensangrentados, vio lo siguiente:

Cuando empezó a hablar levanté los ojos y vi el cuchillo y el revólver y pensé, ‘OK’. Mi instinto me dijo que lo mejor era hablar con él. Parecía un tío normal. No estaba borracho, ni drogado. Solo parecía un tío normal, harto de que las mujeres y los niños musulmanes estuvieran muriendo en sus propios países a manos de hombres blancos de los ejércitos británico y americano”, declaró Ingrid Loyau-Kenneth, ex profesora de 48 años, a The Telegraph.

Un tío normal, como siempre son los asesinos. Y con una causa de justicia. ¿Qué otra cosa podría hacer un tío normal -y harto- que asesinar?

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La increíble historia de un hueso (En VLC News)

El Hospital General de Valencia ha sido víctima de un infundio especialmente horrendo y del tipo más dañino que conoce nuestra época: el infundio que se emite por la tele. El Hospital fue acusado de mandar para casa a una paciente sin reponerle un hueso del cráneo cuando descubrió que era una inmigrante sin papeles. Tal como se lo contaron al espeluznado espectador,  a la pobre mujer le dijeron que o pagaba la intervención o se quedaba para siempre con un hueco en la cabeza. Tan perverso chantaje se achacó, ¡cómo no!, a los recortes en la sanidad pública. Lo malo, ay, es que no podemos culpar a los recortes de que se suministren “noticias”  falsas. (Seguir leyendo)

 

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