Un tal Abdeslam, por más señas imán de los fieles en Terrassa, parece que gusta castigar la desobediencia de las mujeres y demás animales domésticos con arreglo a la ley del Profeta; esto es, a muy piadosos palos (seguir leyendo)
Un tal Abdeslam, por más señas imán de los fieles en Terrassa, parece que gusta castigar la desobediencia de las mujeres y demás animales domésticos con arreglo a la ley del Profeta; esto es, a muy piadosos palos (seguir leyendo)
“Pero pretender extraer, desde una lectura descontextualizada y literal de una frase del fallo del alto Tribunal, un pronunciamiento general sobre el uso del castellano como lengua vehicular en el sistema educativo de toda Cataluña, que podría ir más allá de lo que, en respeto al principio de congruencia, podía haber llegado a decidir la Sala Tercera del Tribunal Supremo, es algo que excede en mucho de lo que es la función propia de este órgano jurisdiccional, actuando como mero ejecutor del Fallo dictado por otro, y superior, Tribunal.
Tan sólo el propio Tribunal Supremo, hubiera podido en su momento, vía aclaración de sentencia, haber precisado el contenido de aquella frase; y aún podrá hacerlo al conocer, en su caso, de los pronunciamientos que en esta pieza de ejecución se formulen. Nunca podría, sin embargo, hacerlo esta Sala del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña.”
Fragmento del Fundamento de Derecho Tercero del auto del Tribunal de Justicia Superior de Cataluña conocido en el día de hoy.
Mariano Rajoy reclama una banca solvente para que fluya el crédito, titula ahora mismo el diario El País. Nulla de nuovo, etcétera. Hace meses que los dirigentes políticos de cualquier color y aun descoloridos, reclaman a las puertas de los bancos, como si dijerámos, que abran el maldito grifo del puñetero crédito. El fluir del crédito sería, pues, el alfa y el omega del crecimiento deseado. Habría decenas de miles de emprendedores deseosos de abrir chiringuitos y crear empleo, si fluyera. Centenas de miles de pymes y autónomos no habrían cerrado sus quioscos, si hubiera fluido. Y los del banco, nada, impertérritos. Venía preguntándome como de pasada si el tema acuático líquido reflejaba de forma realista la situación. En las mismas jornadas de Bankia donde el presidente acaba de pedir que llueva café, ayer, González Páramo, español miembro del executive board del BCE, revelaba como quien no quiere la cosa, que el café no lo pide nadie. Esa es la cuestión.
No ha sido premonición ni nada por el estilo, pero resulta que el jueves mencioné su tesis más conocida en una tertulia en la radio y el viernes, falleció. Ha muerto el polítologo James Q. Wilson, co-autor del artículo “Ventanas rotas. La policía y la seguridad de los barrios” (The Atlantic, marzo 1982) que revolucionó la perspectiva desde la que afrontar la proliferación de la delincuencia y el deterioro de las ciudades en los Estados Unidos. Su idea central es, aproximadamente, que si no se hace nada frente a señales de gamberrismo, vandalismo o delincuencia menores (ventanas rotas, graffiti, basura, drogas, etc.) en un barrio, se abre la puerta a que toda la zona sufra una degradación más amplia y se vuelva insegura, con delitos de mayor gravedad. (Hasta el punto, digamos, que la gente “legal” termina por marcharse: eso no solo ocurre en USA).
Las reflexiones de Wilson y el coautor del artículo, George L. Kelling, fundadas en diversos estudios empíricos, fueron aplicadas -a su manera- por el alcalde Giuliani en Nueva York en los 90 y luego en Los Angeles con buenos resultados (aunque los críticos los atribuyen a otros factores). Frente a algunas interpretaciones, la propuesta de Wilson y Kelling no consistía en multiplicar las detenciones por parte de la policía, sino en que los agentes y los habitantes de un barrio colaboraran en mantener un entorno que disuadiera comportamientos delincuenciales. Parece de cajón, pero a ver cuántas administraciones (sin ir más lejos, las municipales) y vecinos, actúan de acuerdo a esa lógica.
Traduzco libremente el primer párrafo del artículo que explica la metáfora de la ventana rota:
“Psicólogos sociales y agentes de policía concuerdan en que si alguien rompe una ventana de un edificio y se deja sin reparar, pronto aparecerán rotas todas las demás ventanas. Esto es así tanto en los barrios buenos como en los degradados. El fénomeno de romper ventanas no ocurre necesariamente porque algunas zonas estén habitadas por gente dispuesta a romperlas, mientras que otras están pobladas por gente que siente afecto por ellas. Lo que sucede, más bien, es que una ventana rota que no se repara es una señal de que nadie le presta atención, y por ello, romper más ventanas no tiene coste alguno. (Siempre ha sido una diversión).”
Se puede leer completo en The Atlantic.
La materia de la que se hace el periodismo te es así. Un día se acuesta inerte y aburrida y al otro se levanta dispuesta a provocar un infarto. En Bruselas, Rajoy ha desafiado a la UE (según el titular de El País), anunciando que reducirá el déficit menos de lo que había acordado su predecesor. Creo que es una decisión razonable: ZP no cumplió su parte de reducción del déficit; y las previsiones de crecimiento en que se fundó aquel acuerdo se han ido por la borda. El segundo golpe de efecto de la mañana lo ha dado el fiscal general a propósito de los restos de un vagón de los atentados del 11-M, de cuyo paradero se había dado noticia en LD. De pronto, dos giros inesperados. Rajoy deja de ser “gallego” y el fiscal general rebobina la película.