La poda

Acaso la más onerosa de nuestras extravagancias administrativas, la hipertrofia del sistema universitario, el que cada capital de comarca tuviera por irrenunciable prioridad albergar docena y media de facultades y otras tantas escuelas técnicas, parece llamada a su fin. (seguir leyendo)

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¿Hemos visto demasiadas películas?

Al leer la nota de la corresponsal de El Mundo sobre los interrogantes  (“Los interrogantes y la polémica salpican el final del asesino de Toulouse“), me interrogo a mi vez. Hay reproches a la unidad de intervención policial (RAID), de la que se subraya que es la crème de la crème en su campo, por no capturar (con vida, se añade innecesariamente) al yihadista. ¿Cómo es posible que no lograran reducirle antes y cómo no tuvieron, esos superpolis, otra alternativa que  meterle un balazo mortal en la cabeza? Un hombre solo  ¿es capaz de desafiar de esa manera a un cuerpo policial de elite,  obligando a sus miembros a hacer lo que no querían hacer, esto es, a matarlo?

Me temo que esas preguntas  surgen de una  suposición previa:  la policía, ¡y más  un cuerpo de elite!, puede controlarlo todo en el curso de una intervención. Y me parece que esa idea no se compadece con la realidad.  Salvo en la realidad de las películas.

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Anoche pasaban “De aquí a la eternidad” (1953) de Fred Zinnemann, con Burt Lancaster, Montgomery Cliff, Frank Sinatra, y  Deborah Kerr, en la tele. El film no está a la altura de su leyenda ni de su más conocido  fotograma , pero aun tiene algún instante: los aviones japoneses están atacando la base (nos encontramos en Hawai y en Pearl Harbour) y el encargado del depósito de municiones se niega a abrirlo.  Mientras no disponga de la autorización por escrito del capitán, que está ausente, nada de nada.  ”Es el reglamento”, “yo solo cumplo órdenes”, repite. El “soy un mandado” universal.

 

 

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El nazi era yihadista

Sí que es diferente que el asesino de Toulouse sea un islamista y no un neonazi. De haber sido un neonazi no se habrían escuchado declaraciones como ésta, recogida por el diario El Mundo:

21 de marzo de 2012 a las 10.41 h.

Se suceden las reacciones políticas. He aquí la del candidato de Frente Izquierda, Jean Luc Mélenchon: “Nuestro deber ahora es luchar contra la estigmatización”.

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La declaración completa, tal como se ha publicado posteriormente: “A partir de ahora nuestro deber es luchar contra asimilaciones y estigmatizaciones odiosas”

Creo que es una declaración de prioridades: Luchar contra las asimilaciones odiosas es más importante  que luchar contra los odiosos criminales.

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Ah, y ahora en la portada de El País: “El lobo solitario, una nueva Yihad. Los asesinatos de Toulouse, ejecutados por un terrorista aislado, muestran la debilidad del movimiento yihadista”.

Compárese con la fortaleza del extremismo islamófobo que detectaba el mismo periódico tras la masacre en Noruega el verano pasado: La ultraderecha amenaza Europa

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El rastro de la fariña

Más que los detalles de los casos de corrupción, me interesa la información -o lo que sea-que de los mismos publica la prensa. En esos detalles está la salsa.  Hoy, la mayonesa son  ciertos comentarios valorativos que sazonan la pieza dedicada por el diario El País a la declaración del chófer del que fuera director general de Trabajo de la Junta de Andalucía.

El conductor, Juan Francisco Trujillo, ratificó ante la juez, -dice el artículo- “su insólita declaración policial”. ¿Insólita? Es decir, ¿desusada,  infrecuente, rara?  ¿Hay  declaraciones policiales comunes y corrientes, y esta, en cambio, rompe el molde? Para mí que el redactor quería poner “inverosímil”, pero se cortó un poco. Hubiera sido excesivo. Incluso ahí. 

A  corroborar ese barrunto  viene esto:   “El dinero que dice que se gastó en droga habría supuesto un consumo de casi 14 gramos al día de media, una cantidad imposible para dos personas”. Ahí están, pues,  lo insólito y lo inverosímil, a un tiempo.

Yo celebro que un redactor esté  bien informado sobre la cantidad de cocaína que pueden consumir dos personas al día, y ni siquiera voy a preguntarme por los motivos de ese  conocimiento.  Sin embargo,  no estaría de más que aportara una fuente (anónima, si no hay más remedio) para que su valoración resultara, digamos, verosímil, y no semejara un intento de predisponer al lector para que tome  el testimonio del chófer por una gran trola. Me preocupa que el articulista no considere la posibilidad de que los dos, chófer y director general, fueran generosos y repartieran su dosis  con los amigos. A fin de cuentas, como la compraban con dinero público,  la fariña era de todos, que es lo mismo que decir  que no era de nadie.

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Nación y posnación

Ayer daba con un artículo sobre el bicentenario que me había perdido. Lo firmaba un antiguo profesor mío en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Complutense, autor  de dos conocidas obras: una biografía de Lerroux y un  ensayo sobre la idea de España en el XIX.  Sus apuntes sobre el proceso 1808-1814 resultan de  interés, en especial, la idea de que la nueva cultura política que surgió  llevaba un ingrediente populista romántico ( ”Era el pueblo el que se había sublevado, abandonado por sus élites dirigentes. Lo que importaba era el alma del pueblo, el instinto del pueblo, la fuerza y la furia populares, frente a la racionalidad, frente a las normas y las instituciones.”). 

Dicho ingrediente, en conjunción con  el debilitamiento/hundimiento del Estado, y en cualquier caso,  su ineficacia, dará pie -   al  fenómeno nuevo que será la tradición insurreccional.  ”Ante una situación política que un sector de la población no reconociera como legítima, antes de 1808 no se sabía bien cómo responder, pero sí a partir de esa fecha: había que echarse al monte. Nació así la tradición juntista y guerrillera, mantenida viva a lo largo de los repetidos levantamientos y guerras civiles del XIX.” (Y aún podíamos seguir en ella, metafóricamente, claro).

Es de lamentar, sin embargo,  que  Álvarez Junco concluyera la pieza de esta manera: 

“Ahora, que celebramos el bicentenario de aquella Constitución, es el momento de conmemorar aquel primer intento de establecer la libertad en España, en lugar de dedicarnos a exaltar la nación. Entonces era el momento de hacerlo, ya que se inauguraba una era dominada por los Estados nacionales. Pero ahora, doscientos años después, estamos ya en el momento posnacional.” (Las negritas son nuestras)

Espero que el profesor dedique, al menos, un ensayo a sustentar  que nos encontramos, en este principio del siglo XXI y en este mundo mundial,  en un “momento posnacional”. Dudo que lo pueda hacer. Es una tesis difícilmente sostenible. Las naciones, es decir, los estados,  siguen siendo determinantes por más que exista alguna organización transnacional a la que se la haya cedido una parte de la soberanía. Y el nacionalismo es una fuerza esencial en los acontecimientos que se desarrollan antes nosotros (y no estoy pensando en nuestros pequeños nacionalistas, sino, por ejemplo, en Rusia o en China). Pero sería interesante -y de algún modo, prueba de honradez intelectual- que el ponente del “momento posnacional” les explicara el asunto a nuestros pequeños nacionalistas. Sigamos esperando.

 

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