¿Y si Alemania se marchara del euro?

Tal como acaba de proponer un ilustre discípulo de Karl Popper, quizás lo mejor para todos sería que Alemania abandonase el euro. Y cuanto antes. Porque si Alemania no cambia su política, y nada indica que piense alterarla en lo sustancial después de las elecciones de septiembre, la moneda común acabará rompiéndose por el eslabón más débil del Sur, llámese Chipre, Grecia, Portugal, España o Italia. Solo es una cuestión de tiempo. Ocurrirá más pronto o más tarde, pero ocurrirá. Es inevitable. (Seguir leyendo)

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Ejecutivos bancarios procesados por la inexistente justicia española

Estamos a la espera de que comparezca Florentino Pérez ante la prensa y entiendo que las noticias que va a dar son las más importantes de todas, pero como aquí tenemos otro huso horario, vamos con una noticia atrasada que explica cuántos ejecutivos de banca se encuentran hoy procesados por la inexistente justicia española:

“Hay nueve juicios abiertos contra otras tantas entidades financieras: Bankia, Caja Madrid, Banca Cívica, CAM, Banco de Valencia, Caixa Penedés, Caja Castilla La Mancha y Eurobank, cuya quiebra se produjo en 2004. En total, se estima que pueden estar imputados unos 90 ejecutivos (74 ahora juzgados en la Audiencia Nacional y otros 16 de Banca Cívica que están pendientes del traslado de la causa desde el juzgado de Pamplona). Y si prospera una denuncia presentada por Adicae contra Catalunya Banc, está entidad y sus directivos entrarían en la lista.” (Seguir leyendo)

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La dieta del enfermo autonómico: ¿Menú o a la carta? (En VLC News)

En los restaurantes, yo prefiero el menú del día a comer a la carta. Elijo el menú porque suele ser equilibrado y sale a cuenta. Dos buenas razones que también son procedentes en este asunto del déficit autonómico. Al fin y al cabo, la discusión encara las mismas opciones que ofrece el restaurante: o déficit igual para todos  (menú) o déficit asimétrico (a la carta).  La disputa se origina porque no todas las autonomías cumplieron el objetivo asignado para 2012. Valencia, Murcia, Andalucía, Cataluña y Baleares incurrieron en déficit excesivo. En consecuencia, piden  más facilidades, es decir,  un techo de déficit  más alto que el de las restantes.  Como es natural,  las restantes han puesto el grito en el techo, o sea, en el cielo. (Seguir leyendo)

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Una divertida crónica del festival de Eurovisión en The Guardian. Divertida, pero no escarnecedora,  como tantos comentarios aquí sobre la actuación de “El sueño de Morfeo”. Al lado del Chikilicuatre y otras chanzas que nos hemos gastado en Eurovisión,  Raquel y su grupo estuvieron irreprochables.

 

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Cínicos, pícaros y descreídos

La semana pasada el presidente de la Generalitat procedió a honrar con una de las máximas distinciones honoríficas de Cataluña a un notorio evasor fiscal que ocultaba su dinero en una cuenta secreta suiza. Circunstancia que, no obstante ser del dominio público, lejos de estigmatizar al galardonado ha sido obviada sin escándalo aparente de nadie. Ni un comentario editorial en los periódicos, ni un juicio critico en boca de algún representante político de cierto nivel, ni una protesta formal por parte de otros premiados. Nada de nada. Acontecimientos como ése, absolutamente inconcebibles en el ámbito anglosajón, revelan lo muy hondo de las afinidades morales que unen a la cultura cívica catalana con la italiana. El que compartimos es un cinismo secular, antiquísimo, que se remonta a nuestro común origen en el Imperio Romano. Un vínculo espiritual que luego habría de reforzarse con la expansión del Reino de Aragón por tierras transalpinas. Y no se olvide que aún después, en el XVIII, la dinastía gobernante en el “Mezzogiorno” era la misma que nos regía a nosotros. Así, Carlos III accedió al trono hispano tras dejar Nápoles como Rey de las Dos Sicilias.  Al respecto, que el más odiado de sus ministros respondiese por Esquilache indica a las claras cuál era su genuina patria.  A qué extrañarse, pues, de que el nacionalismo germinal catalán tomara por modelo a imitar al “Risorgimento” garibaldino. Si aquí se rasca un poco bajo la superficie, tras toda la aparatosa parafernalia retórica de la identidad lo que aparece es la Italia de los pícaros y los descreídos. Y es que solo un italiano de corazón, un alma gemela de Berlusconi y Andreotti, podría incurrir en algo como lo que ahora comentamos. De antiguo es sabido que los italianos no creen en Italia. Razón última de su desprecio apenas disimulado  hacia las instituciones  que encarnan el poder público. Y a los nacionalistas catalanes, en el fondo, les ocurre lo mismo.  Qué orgullo no poseer esa medalla.

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Por qué ha fracasado el euro

Tras la historia de ese fracaso, el euro, late una pregunta inocente que a nadie se le ocurrió formular antes de imprimir el primer billete en 1999. A saber, ¿por qué a lo largo de toda la historia de la Humanidad no había existido nunca moneda alguna que careciese del respaldo de un Estado? ¿Por qué nadie había querido hacer jamás el experimento que los europeos nos proponíamos emprender coincidiendo con el cambio de siglo?  Y al igual que sucede con esas muñecas rusas, las matrioskas, la pregunta inocente que nadie formuló encerraba en su seno otras dos acaso no tan cándidas. La primera es por qué se sabía que el euro iba a fracasar. La segunda inquiere por la razón  de decidir implantarlo sabiendo que fracasaría. Pues, a diferencia de la Gran Recesión, el colapso del euro no ha constituido una sorpresa para muchos economistas de primer nivel. De hecho, cualquiera que hubiese leído un librito publicado por Robert Mundell allá por 1950, Teoría de las zonas monetarias óptimas, intuía que el asunto no iba a funcionar. Mundell, que después fue asesor áulico de Reagan, creó el marco conceptual para discernir cuándo es útil alumbrar una moneda y cuándo no. Algo que en lo sustancial depende de tres circunstancias. La primera apela a la intensidad de la integración económica entre los territorios.  A mayor volumen de intercambios, más beneficios mutuos por el hecho de compartir idéntica divisa. La segunda remite a las asimetrías. Cuanto más diferentes sean las industrias de los partícipes, mayor necesidad experimentarán de practicar políticas monetarias distintas, distantes y hasta opuestas. La tercera, en fin, alude a la fuerza de los mecanismos compensatorios de esas divergencias; en especial, a las transferencias del Gobierno central y a las migraciones internas. Así, la estructura económica de la zona euro no resulta mucho más heterogénea y desigual que la de la zona dólar. Hay, sin embargo, una pequeña diferencia: un abogado de Soria no puede emigrar mañana a Helsinki o Budapest, pero a uno de Kansas nada le impide instalarse en Nueva York. Ningún arancel, ni el más proteccionista del mundo, sería capaz de distorsionar tanto los mecanismos del mercado como un montón idiomas indoeuropeos esparcidos al azar sobre un mapa. Pero aún hay algo más que tampoco se le ocurrió a nadie en 1999. Miremos otra vez a Estados Unidos. Producen cientos de películas al año, sí, pero todas en Hollywood. Inundan el planeta de deslumbrantes juguetes informáticos, sí, pero todos salen del Silicon Valley.  Por alguna razón, las industrias de un mismo ramo tienden a juntarse en el mismo sitio.  Les llaman clusters y constituyen una tendencia universal.  Y eso significa  que las divergencias asimétricas  son el futuro, no el pasado. Oporto jamás se parecerá a Múnich. Al contrario, cada vez resultará más distinto. La convergencia, ¡ay!, es un camelo. ¿Por qué, entonces, se implantó el euro sin mayor dilación?  Pues por una razón muy simple: porque no quedaba otro remedio. El euro no fue una opción sino una necesidad, una necesidad imperiosa. El día que Europa decidió abrir la caja de Pandora de la libre movilidad del capital el destino del euro estuvo escrito. Es lo Jean Pisani-Ferry, del think tank Bruegel, llamó “el despertar de los demonios”. Y es que en ese mismo instante surgió un dilema – o trilema, mejor – insoluble. Porque simplemente es imposible que un país disponga a la vez de una moneda estable, libertad de entrada y salida de capitales, e independencia en su política monetaria. Total, absoluta, radicalmente imposible.  No queda más remedio que optar por dos de esos objetivos y renunciar de grado al tercero. Así las cosas, Londres apostó por la independencia monetaria y acertó; Madrid eligió la estabilidad cambiaria y se equivocó. Los antiguos sabían muy bien lo que hacían: una moneda que no esté anclada a un Estado, más pronto o más tarde, devendrá un barco a la deriva. Un Titanic del que nadie puede huir.

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El declive del PP en Madrid

Hablemos de las encuestas, que nos sale gratis. Los sondeos de aquí y de allá indican que el Partido Popular podría perder su bien asentada mayoría absoluta tanto en la Comunidad como en el Ayuntamiento de Madrid.  La parte más entretenida es especular sobre las razones de esa notable caída en intención de voto. Los hay que le echan la culpa a la crisis, los hay que le echan la culpa a Rajoy,  y luego estamos los de la tercera vía: algo influirá, decimos, lo que hayan hecho o deshecho  los gobiernos de la Comunidad y del municipio.

Por ejemplo. El accidente en el Madrid Arena seguramente ha influido de manera decisiva en la percepción negativa de la gestión del PP en el Ayuntamiento. Del mismo modo, la “privatización” de la sanidad es muy probable que sea un factor en la pérdida de votos en la Comunidad. ´

He seguido, aunque a media distancia, el proceso en cuestión y  me parece difícil cometer más errores. Se presentó como un cambio de modelo; es decir, no se fue haciendo de manera gradual, como se había hecho hasta entonces. Y un cambio de modelo son palabras mayores: no se acepta así como así, sino que genera preguntas,  incertidumbre y sospechas. Campo abonado para la demagogia, sí, pero también para las dudas razonables.

La Comunidad, sin embargo,  atribuyó  la oposición y la resistencia al cambio  únicamente a intereses espurios: intereses sindicales o intereses corporativos. Ahí se equivocó. Se equivocó al dar por supuesto que la gente, el usuario, el ciudadano, estarían encantados con la privatización:  al dar por supuesto que la mayoría cree, como ellos, que la gestión pública siempre es peor y más ineficiente que la privada. No es así. Es más,  no deberían haber dado por supuesto que la mayoría de sus votantes ven las cosas de ese modo. Pero lo dieron. Un error fatal.

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Fascinante: los italianos creen que Italia es el país europeo menos merecedor de confianza (los españoles piensan lo mismo que los italianos en ese punto). En la encuesta del Pew Research Center, The New Sick Man of Europe: The European Unión, resultados sobre  estereotipos en Europa (al final de la pág. 1).

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