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De profundis
Qué grande el libre mercado: tras devolverme a la juventud y su alegre indigencia, ahora me envía otra vez a la clandestinidad. O dejo de pagar el IVA o dejo de comer.
De interés para tertulianos indocumentados
A propósito de los famosos 7.000 millones de los cursos de formación
Boni Lamitad dijo:
No tío listo, esos 7000 millones de los cuales el empresario paga el 0.6% y el trabajador el 0.1 son salario, y no pueden revertir en la caja de la empresa porque son parte del salario del trabajador y cotizan por ello.
¿espesito eh? ¿te lo explico más despacio?…venga. Esos 7 mil mill salen de la retención que hacen empresa y trabajador responden a un objetivo finalista. Es una retención finalista. Tienen un propósito finalista: la formación.
Si la formación, por razones cualesquiera, dejase de estar contemplada entre los conceptos de retención, no se justificaría el desembolso de ese capital de 7 mil millones…por eso digo que quienes critican la ‘derrama’ de 7 mil mill de dinero público hacia cursos de formación en la idea que esos 7 mil millones se restan del presupuesto público y que de no abonar dichos cursos quedarían en el balance del Estado, tan bonitos, manejan una idea inexacta.
Por lo demás, si ese capital queda en la nómina del trabajador, en la caja de la empresa, cada cual con su parte, o todo en la nómina del trabajador, o se continúa reteniendo en otro concepto es algo que habría que ver en el momento de eliminar la retención por formación.
En cuanto a que la culpa la tienen los sindicatos…dejemos claro que este azaroso trayecto de fondos se diseña con un propósito, que los sindicatos se financien.
Para una empresa no hay ninguna necesidad de semejante extravagante itinerario de ida y vuelta. El empresario tiene relación directa con el trabajador y sabe qué necesidades de formación requiere. Cuando tienen que montar un curso, lo hacen y a otra cosa.
En cuanto a la corrupción o mal uso de esos fondos, difícilmente un empresario puede hacer nada muy imaginativo si no accede a fondos acumulados y solo maneja los de su plantilla. Otra cosa es lo que hacen los sindicatos con los dos tercios de los fondos que manejan con total discrecionalidad.
EL MOTÍN DE ESQUILACHE
(ABC-Cataluña)
Apenas había dado el Gobierno el primer paso a fin de enterrar el pensamiento Alicia, ese marchamo filosófico de los mundos de Yuipi tan caro al zapaterismo, y ya veía estallar el motín de Esquilache en su propia base sociológica. Al punto de que bastó el anunció de una inevitable subida de impuestos para que hasta sus publicistas de plantilla corrieran a colocarse de perfil (la fiel infantería de la derecha siempre tan heroica). De ahí, por cierto, la irrupción en escena un gran clásico celtíbero: la inveterada afición del paisanaje patrio a dictar sesudo arbitrio sobre las más arduas materias. De muy antiguo es sabido, aquí, cualquier chisgarabís armado con una calculadora de bolsillo le imparte lecciones al primer Premio Nobel que se ponga a tiro, tanto da que hablemos de física cuántica como de macroeconomía internacional. Nadie se llame a asombro, pues, frente la súbita erupción de indignados eruditos que acaba de producirse igual en las barras de los bares que en las redacciones de los periódicos. Al extremo de que a estas horas no resta tertuliano o asimilado que se prive de sentar cátedra a propósito de las más abstrusas interioridades de la Hacienda Pública. Como decíamos, un prodigio del saber ecuménico nada nuevo por estos lares. Recuérdese, sin ir más lejos, aquella inflación de expertos en pilotaje de petroleros que aconteciera en tiempos del Prestige. Desde los charlistas habituales de TV3 hasta la última reencarnación del almirante Nelson en la calle Nicaragua, todo el mundo se sentía habilitado entonces al objeto de impartir magisterio sobre cómo gobernar naves de ochenta mil toneladas bajo un severo temporal. Y otro tanto viene a ocurrir ahora con esa innúmera legión, la de los hijos putativos de Adam Smith. Esos genios incomprendidos que tienen por prosaica fruslería, mero juego de niños, sencillísimo coser y cantar, la quimera de reducir el déficit estatal sin retocar en absoluto los tributos. Cuánta razón llevaba don Ramón María del Valle Inclán: “¡cráneos privilegiados!”.


