Hombre de Dios, no me repita aquí esas melonadas tan típicas de los gacetilleros indocumentados que se ponen a perorar de economía. Al margen de que se esté de acuerdo o no con ese tributo, un impuesto sobre los beneficios no se puede repercutir en los clientes finales. Es metafísicamente imposible. Con solo dedicar cinco minutos a pensar en el asunto lo comprenderá.
Esa insistencia unánime en resaltar la muy extrema honradez personal de Fraga. Como si el resto de la derecha española fuera una cuadrilla de quinquis, carteristas y maleantes.
Habrá quien dude de que el electorado español castigue la mentira de los gobernantes, pero lo cierto es que ése, el de la mentira gubernamental, es el asunto recurrente de nuestra ¿vida? política desde hace tiempo. Ahí, su vuelta triunfal -aunque nunca se había ido-, en el debate sobre el plan de ajuste del Gobierno del PP. Y lo malo es que ambos tenían razón.
Pero sigo. Por no remontarnos al felipismo, pongamos la raya más acá. Cuando Aznar tenía mayoría absoluta, los socialistas liderados por Zapatero, le acusaron de mentir sobre el accidente del Prestige, de mentir sobre la guerra de Irak y de mentir sobre la autoría del atentado del 11 de marzo. Si bien se mira, toda la campaña contra el PP se fundó en pintarlo como impúdico y desvergonzado mentiroso. La historia continuó por ahí, pero con intercambio de papeles. Los populares, en su turno, denunciaron que Zapatero había mentido sobre la negociación política con ETA, sobre la crisis económica y otros asuntos que, me temo, ya he olvidado. Las mentiras se olvidan, aunque dejan rastro.
El rastro, el poso, es lo que se viene diciendo en la barra del bar desde que hay bares: todos (los políticos) mienten. Es decir, como los de la barra.
Rajoy apoya la Tasa Tobin…qué bien, próximamente los bancos la repercutirán en alzas de comisiones de todo tipo, mantenimiento y demás coñas sobre sus clientes.